jueves, 5 de diciembre de 2013

AQUELLOS DIAS EN MADRID

Cuando con Tami nos pusimos a garabatear el viaje lo que hicimos fue anotar en una listita puntos del mapa que nos gustaría conocer. Eso fue una primera vez, en la esquina de casa, en Sanata bar y tomando un par de vinos. Otra vez nos reunimos en mi mansión de Almagro a mirar un mapa para confirmar. Y marcamos puntitos y fantaseamos con lo bueno que sería conocer Berlín, por ejemplo. “¡Berlín, boluda! ¿Vos sabes lo que debe ser Berlín? ¿Y Praga? La puta, lo que debe ser Praga. ¿Y por que no Roma y Venecia, eh? Ojota”.

Y después la convencimos a Lore para que se sumara (o Lore se convenció de sumarse), y volvimos a mirar el mapa de Europa las tres, y ahí estaban los puntitos otra vez y los aviones y los trenes imaginarios.

***
Me acuerdo del día en que mi mamá se jubiló y fuimos con mi hermano a darle la sorpresa a la escuela. Esperamos escondidos en un aula en la que había un planisferio y nos pusimos a mirarlo, y Andre me dijo: “Pensá que vos vas a estar acá”. Entonces nos pusimos a tocar con el dedo índice unas siete ciudades europeas, incrédulos y entre risas.

Yo nunca pensé que iba a estar acá.

Y ahora ando por Madrid, el punto siete de aquel mapa que pintamos aquella vez. Ahora que estoy en Madrid puedo hablar de Barcelona, de Londres, de París, de Berlín, de Praga, de Venecia y de Roma, pero voy a escribir sobre Madrid, la Madrid cálida, la Madrid que nos acobijó cuatro días y nos hizo sentir en casa. No me refiero a mi mansión de Almagro.

Cuando digo casa intento explicar que en Madrid hay una atmósfera semejante a Buenos Aires. Está en sus calles. En sus edificios. En su gente. En su idioma. En sus comidas. Madrid es una ciudad acogedora. Madrid te hace sentir bien.

Acá paramos en la casa de Rocío e Ilias, la prima de Tincho y su marido (el marido de la prima, Tincho por ahora no se casó). Nos trataron como si fuéramos amigos de toda la vida y era la primera vez que los veíamos. Y nos ayudaron a conocer la ciudad.

Paramos muy cerca del Parque del Retiro, que es hermoso y que explica el concepto de parque que tienen los europeos: espacios verdes enormes, con fuentes, decoración en los árboles, flores y lagos, todo en uno.

Y recorrimos los barrios, la Latina, Chueca, que es el barrio gay, Lavapies (el barrio de nmigrantes), Malasaña. Y también el centro y los lugares típicos, la puerta de Alcalá, la Plaza Mayor, la Puerta del Sol, el Paseo del Prado. Madrid tiene barrios que se parecen bastante entre sí en lo arquitectónico: los edificios pueden ser todos iguales, pero se distinguen por sus colores o el trabajo en el herraje de sus balcones.

En Madrid está, además, el mejor museo que yo haya visto en este viaje: el Museo del Prado. Yo no sé una goma de arte, pero calculo que una obra es buena si te conmueve. Y punto. Entonces, sólo tengo para decir que el Greco, Velázquez, Murillo y Goya son unos grossos, viejo. Y encima entramos gratis.

Madrid tiene una gastronomía que es excelente. Está el bar El Tigre, que para mí se merece un monumento. El que venga a Madrid y no vaya al Tigre sepa que entonces no visitó Madrid. Es como una taberna, un pasillo con barras en todos lados, para beber y comer de parado. Es el mejor lugar para ir de tapas, esa costumbre española que tenemos que exportar, por favor. En el Tigre vas, pagás 2,5 euros, te tomás una caña (cerveza) y te sirven un plato con panes con queso, jamones, hongos rellenos, un poco de paella.... El Tigre es mágico, es un lugar para ir a chupar y hablar a los gritos, y comer. Comer mucho.

Bueno, eso hicimos y no sólo en el Tigre. Una tarde en Lavapies, con Rocío e Ilias, hicimos una ruta de cañas y tapas, yendo de bar en bar comiendo y bebiendo. Así, pasaron platitos con cerdo con una salsa agridulce, pinchos caparesse y de pollo, otro con una carne tipo guisada.

Además, comimos jamones. Estoy en condiciones de afirmar que en España está el mejor jamón ibérico del mundo mundial. Cada día que estuvimos acá lo degustamos. Solo, acompañado con queso o acompañando a otros platos (por ejemplo, huevos rotos con jamón o habas con jamón y huevo).

Y oh novedad: ¡en Madrid comen las rabas en sánguches! Vale la pena acordarse en la barra de algún bar de Plaza Mayor para comer un bocadillo de calamares, como le llaman ellos.

***

En Madrid, el viaje se termina. En unas horas volvemos a Barcelona para estar unos días y después volver a Buenos Aires, con un mapa que tiene puntitos tachados, como símbolo inequívoco de que ahí estuvimos las tres. Ahí, en cada una de esas marcas. Y pensar que yo me llevé a marzo geografía de Europa en el tercer año de la secundaria.

A veces me pregunto porqué viaja uno. ¿Para descubrir? ¿Para descansar? ¿Para distraerse? ¿Qué nos lleva a dejar nuestros lugares para transitar otros momentáneamente? Me llevo de este mes muchas sensaciones que me hacen feliz: nuevos lugares, nuevos sabores, nuevos olores, nuevas caras, palabras nuevas, nuevas historias, nuevos colores.

Y otras tantas cosas: nuevas preguntas, nuevas contradicciones, deseos nuevos. A mí viajar me da ganas de seguir viajando.

Hay muchas cuestiones que ni imaginé cuando con Tami nos pusimos a garabatear este viaje.

martes, 5 de noviembre de 2013

DISQUISICIONES SOBRE PARIS


Toda persona antes de morirse debe venir a París. No se permitan no hacerlo, por favor. ¿Están tristes por algo? Vengan a París. ¿Su pareja los dejó? ¿Se separaron? Vengan a París. ¿Tienen algo de plata y no saben en qué invertirla? Vengan a París. ¿Son los más felices del mundo mundial y a su vida no les falta nada? Vengan a París.

París es preciosa. De día y de noche. Cuando vengan a París van a dormir poco porque se van a despertar de madrugada pensando que si duermen se pierden París.

Si vienen a París tienen que ir a conocer el Notre Dame, como hicimos nosotras y no robar las velas que venden por cinco euros, sino pagar menos. Mami, te estoy llevando una vela de Notre Dame después de haber puesto apenas cuatro céntimos de euros en la alcancía. Entenderás que la pretensión eclesiástica me parecía mucho.

También compren quesos y vinos y vayan a hacer un picnic a orillas del Sena, mirándole la espalda al Notre Dame, un sábado a la noche, mientras los barcos pasean gente por el río. Y emborráchense, pasaditas las 12, como hicimos nosotras.

París es mágica. Es un sueño. Es bella todo el tiempo, con edificios antiguos y esos balcones que hacen que te detengas a mirar en cada esquina. En París caminamos y anduvimos por el Sena varias veces: por el Puente de las Artes, donde las parejas ponen candados para sellar su amor y despues tiran la llave al río. Dice la leyenda que quien quiera romper ese amor deberá arrojarse al agua y buscar esa llave para abrir ese candado.

Caminamos por el Louvre y la isla y el hotel de Ville y los otros puentes y tambien el Alexandre III, en una noche hermosa. Y pasamos por Shakespeare and Company, la librería que aparece en la película Antes del Atardecer. Amo esa saga. Y amo París.

Amo los cafés en todas lados y a la gente que se sienta mirando la calle. Otra leyenda que tiene dos teorías: dicen que los clientes se sientan así para contemplar lo bella que es la ciudad, por un lado. Y por el otro, dicen que el objetivo de quienes lo hacen es narcisista: es para que los peatones los contemplen a ellos.

Cuando vengan caminen por Champs Elysees y vayan al Arco del Triunfo, y suban para mirar París desde arriba. Y piérdanse en el barrio latino, y coman y beban ahí, y caminen una mañana temprano y con sol la calle Mouffetard, y compren unos paninis de queso, tomate y jamón crudo para degustar en cualquier parque, de pasada.

Y paseen en bici, y pasen por la bastilla, un domingo de mañana, y coman frutas en el mercado de la Rue Lenoir. Y sigan derecho, que van a terminar en unos canales bellísimos, con edificios estilo francés a ambos lados del agua. Y escuchen a músicos callejeros que tocan ritmos latinos mientras ustedes comen un paquete de Doritos y duermen una siestita en otro parque verde, sin dejar de mirar los canales.

Cuando vengan a París vayan a la Torre Eiffel a la hora que quieran, pero por favor (por favor) quédense a verla de noche, otra vez con quesos, jamones, humus y vino tinto francés. Si París es preciosa de día, de noche es una maravilla del mundo. Miren a la torre cuando se ilumina y escriban un mail para sus amigos, su familia, su pareja, mientras sus compañeras de viaje repiten las palabras en francés que aprendieron en estos días.

Suban a la torre, pero sigan conociendo París. Tirense en los bancos del Jardín de Luxemburgo, piensen en sus vidas, su historia, sus deseos... Vengan a París y emociónense por lo afortunados que son, por lo enamorados que están, por la vida que tienen. Vengan y conozcan el hotel donde se hospedó Cortázar y escribió parte de Rayuela. Y escríbanle a quien sea que el 2 de noviembre es mi cumpleaños y ese podría ser un buen regalo. O que me puede regalar "Paris era una fiesta", de Hemingway, otro que también hay que leer (y no tengo).

Cuando vengan a París vayan al Louvre y miren a la Gioconda, y sientan que ella los está observando siempre. Capaz es un poco más chica de lo que imaginaron. No importa. Yo miré a Venus de Milo y me asombré por la coincidencia: con Afrodita tenemos la misma panza de vino, en épocas históricas completamente distintas. Increíble.

Vuelvan al Sena una y otra vez (abajo de los puentes del Sena hay olor a meo y eso hace que París sea real), conozcan el barrio Montmartre y el Sacre Coeur (o como se escriba) y tomen una soupe a l'oignon (o como se escriba, es sopa de cebolla) en los barcitos de esa zona hermosa, en las alturas. Vuelvan a mirar a París desde ahí.

Vayan al Palacio de Versalles, maravíllense con esos jardines, anden en bici por ahí, piensen en María Antonieta y en los caprichos de la realeza. Sientan orgullo de las amigas que tienen, agarren en bici las bajadas rápido, piensen que nunca jamás imaginaron estar ahí y saluden con buena onda a Romualdo, el peruano que te cobra el alquiler de la bici en que paseaste por los Jardines de Versalles.

Festejen el cumpleaños de una amiga en un restaurante de comida del sur de Francia, coman pato y omelettes, y sigan tomando vino, una noche antes de partir hacia Berlín y de sentir que hay que venir a París una vez y otra vez, y otra más. Todas las veces que se pueda en la vida.

lunes, 23 de septiembre de 2013

LA ESQUINA DE LOS MILAGROS

La esquina de los milagros puede ser cualquier cruce de calles que represente algo particular: aquella en donde se ubica la casa de tu infancia, el bar en el que viste el partido la vez que tu equipo salió campeón, el lugar en el que te encontraste en tu primera cita con la persona que te enamoró.

Todos tenemos un recuerdo de alguna esquina como si ese espacio del mapa, en algún punto, nos perteneciera. Como si el lugar en el que trabajamos por primera vez, o donde tuvimos un choque con un auto, o donde mantuvimos una reunión que marcó el inicio de algo importante llevara nuestro nombre (y quién sabe alguna vez…).

La esquina de los milagros puede ser un punto histórico, una calle transitada en plena ciudad, una de tierra que ni siquiera tiene nombre en un pueblo lejano. No importa qué sucede ahí: lo relevante es lo que representa. Lo bueno de la esquina de los milagros es que tiene un significado personal. Cada habitante de este mundo puede tener la suya.

Mi propia esquina de los milagros es la conjunción entre dos diagonales en una ciudad en la que reinan las cuadrículas. Mi esquina de los milagros ya era particular para mí hasta que me di cuenta que además era una excepción entre todas las demás calles, que se cruzan derechitas, aburridas: monotemáticas.

En la mía hay un monumento, una manzana que es histórica, una estación de subte, muchísima gente y un café que sirve de excusa para un encuentro. Está Alejandro, que te recibe con una sonrisa siempre y que trae un cortado que quema el alma y otro café con leche normal. Y que –otra vez con simpatía- te invita a comer alfajorcitos de maicena.

Fue Ale quien me contó el milagro de este lugar. Resulta que en el cruce de estas calles, como un secreto en esta ciudad de tres millones de habitantes, hay quienes se invitan a tomar un beso express.

Son dos: se abrazan, conversan, se besan una y otra vez sin reparar en quienes los rodean y después sonríen, en ese encuentro de minutos.

Me lo dijo Alejandro y yo a él le creo: muero por conocer algún día el sabor del Bespresso.

jueves, 25 de julio de 2013

ANTONIMOS


Las divergencias estaban sobre la mesa. Lo sabía él y lo sabía ella. Como el más sabroso de los platos, la discrepancia era un condimento que saboreaban en el transcurso de cada uno de sus días de pareja.

Muchos afirmaban que él era romántico, cuando en realidad sus actos eran cursis: él todo lo era. El vivía el amor como una vibración intensa, incansable. Invariable, también: como un sentimiento pleno las 24 horas.

El cocinaba. Le regalaba las mejores rosas. El se acordaba de cada aniversario, de cada cumple mes y se aparecía con un detalle, algún obsequio pequeño para ella, sin excusas. El le escribía versos, rimas simples, austeras. Su entrega era tal que él además le planchaba la ropa, lavaba los platos y se encargaba de la limpieza de la casa.

Así como ella comentaba esto entre sus amigas con cierto desdén, él le manifestaba a los suyos que había actitudes que le preocupaban. Narraba, inmerso en las dudas que le causaban esos actos: “Ella es un tanto particular, chicos. Me dice boludo, usa escarbadientes, es un poco básica en sus reflexiones. Los domingos, cuando va a la cancha, yo voy a una plaza, a leer un rato. No sé, es rara: la rodea el desorden, no está pendiente de su estética, es difícil conmoverla. Es poco demostrativa. Y lo peor, se lleva el diario al baño”.

Los contrastes llegaron a convertirse en dos elementos imposibles de unir, y él y ella eran algo así como dos colores que no combinan.

Pero había algo en común, lo encontraban en ciertos rincones: en alguna caricia, en un rato de sueño, en diálogos que mantenían. Lo sabía él y lo sabía ella. Hasta que un día ya no hubo secretos: él era ella y ella era él.

Y el amor, en este caso, fue el único acuerdo.

domingo, 23 de junio de 2013

ESCRIBIR ES UNA MIERDA


En estos últimos 15 días engordé tres kilos y pensé al menos 150 veces que soy una mierda de persona. Dormí bien muy pocas noches porque me desvelé las restantes, algunas con pesadillas que no eran graves, pero que me hacían despertar exaltada. Y puteé como nunca lo haría una chica atravesada por el puto dogma cristiano.

Hace cuatro horas que estoy frente a esta computadora que tiene las letras del teclado desdibujadas y apenas pude tipear dos párrafos. Miro cómo el día va pasando a través de la ventana. No sé cuántas cosas se pueden hacer en cuatro horas (¿dormir una buena siesta? ¿Ir a pasear? ¿Leer un libro? ¿Estas tres actividades una después de otra?), pero me siento frustrada: dos párrafos, 739 caracteres, 128 palabras. Todo en 240 minutos.

Releo: lo que acabo de escribir es una porquería.

Estoy en la habitación. Ya bajé al living (y volví a subir) unas 44 veces. Escribo tres palabras, borro dos, tipeo cinco, le pego cada vez más fuerte a la barra espaciadora, voy abajo, me siento en el futón, miro hacia el balcón, pongo un disco y busco dos temas de ese disco que me gustan. Me siento en la escalera con el librito con las letras en la mano. Canto. Y subo: tengo que escribir, la puta madre, no puede ser que no pueda hacerlo.

Me preparo el mate con tres tostadas con manteca y miel, aunque me gustaría tener delante mío una chocotorta para comerla de un solo bocado yo solita. Y morir de hipoglucemia o de un pico de diabetes, o lo que sea que me genere ingerir esa dosis de Chocolinas con Casancrem y dulce de leche. Quiero terminar mi vida ya mismo de la forma en la que murió la mina de Pecados Capitales que fue víctima de la gula, con la cabeza en un plato de comida y el cuerpo pálido.

Abro páginas de Internet, leo cosas que no me interesan, entro a las redes sociales, pelotudeo con amigas por chat. Miro videos en Youtube. Y ahí, en la parte de abajo de la pantalla, el documento de Word que tengo abierto me mira. Siento que se burla, que me habla: “Ay, tontita, tontita, estoy acá y no me podés usar, lo que hiciste es malísimo”. Puto.

Hay algo que ya escribí y me corrigieron, y que tengo que modificar. Esas marcas me resuenan ahora frente a esta página. Me digo: no analices los hechos que contás, contá y punto, escribí sobre las cosas que considerás que moralmente son incorrectas, boluda, no te estás jugando la ética de tu vida en este trabajo.

Paro otra vez. Voy al balcón, me siento, me levanto, me apoyo en la pared, miro el paisaje, miro el bar de la esquina. Tengo bronca: pienso en tirar muebles a la calle desde este octavo piso para canalizar la ira. Agarraría la mesa y la lanzaría. Y si le rompo la cabeza a alguien, si llego a matar a algún pelotudo, mejor.

Ahora mismo me gustaría ser niñera, lavacopas o taxista. Dar clases de yoga, trabajar en el subte, ser obrera en una fábrica de grisines, portera en una escuela con un patio enorme para limpiar. Cualquier cosa antes que escribir.

Y para colmo, me rindo. Cierro el Word y mando todo a la mierda: me voy a comer una pizza.

domingo, 9 de junio de 2013

MAMA TIENE FACEBOOK


Hay varias personas que van a comprender: resulta que un día tu madre decide abrirse una cuenta en Facebook y te manda, por supuesto, el pedido de amistad.

Desde el momento en que pusiste “confirmar” perdiste parte de tu vida privada: ahora tu mamá comenta tus fotos, pone “me gusta” a cada cosa que subís y hasta se hace amiga de tus amigos, para comentar sus fotos y poner “me gusta” a cada cosa que suben.

Con mi hermano llegamos a la conclusión de que nuestros padres no comprenden los códigos de esta red social. Nuestra madre (la Gorda Marta), por caso, comparte cada foto que le aparece en su muro. Entonces, nos enteramos de las actividades que lleva a cabo la Iglesia Inmaculada Concepción, vemos fotos de chicos con síndrome de down (y mensajes para no discriminarlos), imágenes de animalitos maltratados o perdidos (mamá sigue a “Yo Defiendo a los Animales”) y fotos de personas desaparecidas.

Mamá se cree que compartir todas estas cosas es una manera de militar.

Mamá comparte en su muro fotos nuestras, sin pedirnos permiso. “Aye, feliz, bailando candombe en San Telmo”, puede poner. Y uno ve la seguidilla de los comentarios de sus amigas, con frases del tipo: “Felicitaciones, Marta!!!”, “Diosa como la madre!” o “¡Qué linda está tu hija!”. Y (la Gorda) Marta, claro, responde cortito y al pie: “Gracias!”.

Mamá es una persona poco comunicativa, pero sin embargo elige esta red social para chatearte. Y expresa sentimientos que no expresaría personalmente.

A mi hermano le publica información en su muro sobre cosas que él le comentó personalmente. La otra vez, le pegó una oferta de Groupon de cortinas, para recordarle que debía comprarse unas. Y hace un tiempo, cuando le comenté que me gustaba un chico, me pidió que le pasara el nombre así ella lo veía por fotos.

Gracias a esta red social, mamá encontró a una mujer en Alemania que tiene su mismo apellido: y entonces le publica recetas de comidas o le pone fotos sobre el origen familiar, aunque no sabe a ciencia cierta si hay entre ellas algún vínculo sanguíneo.

Hay más: mamá sube canciones de Maná, se pone “me gusta” y las acompaña con dedicatorias: “Para que disfruten esta canción mis amigos de Face”.

Ay, mamá.

miércoles, 29 de mayo de 2013

LA GLANDULA DE LA BOLUDEZ


Resulta que a una chica le gusta un muchacho, pero no puede hablarle porque le gusta tanto que se bloquea. Y cuando se trata de otro que no le interesa -vaya facilidad- le sucede todo lo contrario. Resulta que esta historia está contada del lado femenino, pero después de una consulta popular puedo afirmar que en estas cuestiones no hay división de género.

El otro día tuve que hacerle una entrevista a Alejandro Balbis, el señor de la foto de este post, que, claro está, me parece bello. Cuando lo llamé para arreglar un encuentro para la nota, me enteré de que estaba en Montevideo. Respiré aliviada: podría conversar telefónicamente y eso evitaba la vergüenza que me generaría tenerlo cara a cara.

Hablé una vez, y otra vez, y otra vez. Estaba ocupado: me dijo que tenía que resolver una gestión. El hecho de escuchar su voz ya me puso nerviosa. En el cuarto intento, logré que me prestara unos minutos para conversar.

-Me gusta que estés en una gestión y no en un trámite o una palabra más detestable -arranqué, haciéndome la linda- Como para situarme, ¿qué estás haciendo?
-Ahora estoy tomando mate. Estoy en la casa del productor del disco, enfrente a la facultad de arquitectura, en la ciudad de Montevideo, en una terraza hermosa, con una tarde entrefresca. ¿Viste como para estar con una camperita? Bueno, así.

La charla había empezado bien y eso me había dado confianza. Tanta, que me armé el mate para imaginarme que lo compartíamos. Pero fui perdiendo seguridad a medida que sucedía el diálogo.

Intenté hacerle notar que lo seguía, dándole datos de shows viejos, o hablándole del barrio donde nació. “No pegás con Pocitos”, le tiré. Y le resultó simpático eso. Pero no logré sostener el ritmo y sentí que a medida que soltaba una pregunta, él pensaba que yo era una boluda.

Me fui pinchando, tomando mate sola del otro lado de la línea, en una redacción en pleno centro de Buenos Aires. La despedida fue fría, sin onda. “Te dejo disfrutar de la terraza”, fue mi última frase. El ya tenía ganas de cortar la comunicación.

Cuando le comenté esta anécdota a Claudio, un compañero que sabe mucho de estas cuestiones, identificó el síntoma enseguida.

-Es la glándula de la boludez -dictaminó, seguro.
-¿Eh?
-La glándula, Aye. La glándula de la boludez. Cuando a uno le gusta mucho alguien se le activa la glándula.

Este cuento de Roberto Fontanarrosa lo explica todo: Uno nunca sabe

lunes, 20 de mayo de 2013

ME VOY QUEDANDO

Hace tres semanas que no puedo parar de escuchar esta canción esté donde esté: la busco en mi casa, en el trabajo, la escucho en el auto o en la casa de alguna amiga y, además, la pienso. Es una preciosura.

Se trata de una canción que se titula “Me voy quedando” (así, con el gerundio), pero que implica todo lo contrario, cantada después de que el Cuchi perdiera la visión por un tiempo. Es una canción de un dolor de pasado y de una felicidad de presente, por lo que precisamente ocurrió en aquel pasado. Y, a la vez, remite al futuro: un juego de tiempos verbales.

¿Quién no estuvo alguna vez más triste que perro que perdió el dueño? El Cuchi tuvo la sabiduría de dejar testimonio de esa tristeza en el momento. El mismo explicó por qué: “Para después, como sucede ahora, me ponga sonriente sabiendo que no me quedé ciego, que puedo seguir viendo”.

Pensaba entonces en el hecho de afrontar algunas tristezas con entereza: hacerse cargo, asumir el dolor y atravesarlo entero, el tiempo que dure, para después sí, soltarlo. Pensaba en la necesidad de caminar este proceso para después mirar hacia atrás y decirle al dolor con una sonrisa: ah, mirá, ya pasaste, quedaste en el camino.

Y entonces, resignificarlo: hacer de aquel dolor un recuerdo por el que vale la pena pasar. Para saber que no nos vamos quedando nada, sino que nos vamos yendo.

La canción, acá.


P.D.: si algún alma amorosa siente el deseo de obsequiarme este disco, sepa que será muy bien retribuido. Lo estoy buscando y no lo consigo.

lunes, 13 de mayo de 2013

FELIZ CUMPLEAÑOS (Una carta de amor al Beto Mágico)

La primera vez que te vi fue en figuritas. Yo intentaba llenar el álbum del Torneo Apertura 1992 y me tocaste vos, en dos sobres consecutivos, con el pelo largo y la camiseta de Boca con la publicidad de Fiat.

Lo asumo, primero te miraba sin sentir ninguna atracción física. Me llamaba la atención tu manera de jugar. Eras mi ídolo, mi espejo en esos pensamientos de niña que soñaba ser futbolista: yo quería jugar como vos.

Y te tenía cerca, imaginariamente: un póster con tu imagen estaba pegado en la pared, arriba de mi cama. Eras mi Angel de la Guarda, el guardaespaldas de mis sueños, desde esa foto en la que te veía con la pelota dominada, cerquita del pie derecho, la mirada puesta en ella, el labio inferior hacia abajo, el pecho hacia afuera, siempre. Esa pose equina tan característica tuya, Beto.

Transformada en una seguidora, además de considerarte el mejor enganche del universo, empecé a interiorizarme sobre tu vida. Admiré, entonces, tu recorrido. De tu infancia en Barracas a tu foto en la Torre Eifel, por tu paso en el Toulouse, después de tu inicio exitoso en Ferro. De tu nacimiento en Corrientes porque tu papá era capitán de barco y viajaba mucho. De tu niñez con siete hermanos, todos en una misma pieza, y la cola que tenías que hacer para bañarte.

En la disputa Halcones y Palomas, yo era Halcón, como vos. Con mi hermano te pedíamos para la Selección. Claro, era un reclamo humilde, desde la habitación que compartíamos en la casa de nuestros padres, en Monte Grande, ahí donde gritábamos tus goles. El mismo sitio donde le juramos odio eterno a Bilardo, culpable de tu partida del club.

Te miré y entroné en Boca, te admiré también en tu posterior paso por Gimnasia La Plata. Y no me molestó el gol que le hiciste a Boca, el día que nos ganaron 6 a 0 y marcaste el quinto, de penal. Pero no lo gritaste porque sos hincha. Con vos también aprendí, Beto: aprendí que no se traiciona.

Además, supe algunos de tus sufrimientos. Y padecí con vos, a la distancia, la lesión en el talón de Aquiles que fue clave para que te inclinaras por el retiro del fútbol.

A esa altura, mi amor había mutado: se había vuelto más profundo. Yo había crecido. Ya te miraba como una mujer.

Lo confieso: te amé cuando te dejaste estar, Beto. Cuando dejaste de darle importancia a los entrenamientos y el cuidado del físico, y le diste rienda suelta al disfrute alimenticio. Una vez me contaron que tomaste siete helados durante una entrevista: te adoré más, incluso, desde entonces. Te quiero excedido de peso y todo.

Una vez te vi en Puerto Madero, pero no me animé a acercarme. El nerviosismo me corría por el cuerpo y la ansiedad me hizo un nudo en el estómago, así que decidí observarte a lo lejos: nunca me voy a olvidar del morocho perfecto de tu piel, el pantalón verde musgo y la chomba de piqué amarilla que te rodeaba la panza, te la ajustaba. Y unos poquitos rulos, controlados.

Por eso hoy, en el día de tu cumpleaños 53 y cuando noto que la diferencia de edad que hay entre nosotros podría no ser un obstáculo, me decido a escribirte estas líneas. Conmigo podés no trabajar: ni ser técnico, ni estar pendiente de tus negocios inmobiliarios. Yo voy a estar contenta con el solo hecho de tenerte en la mesita de luz.

¡Feliz cumple, Beto!

Un beso sincero, humilde y afectuoso,

Aye.

viernes, 3 de mayo de 2013

ODA A LA CUCHARITA

Entre dormida y despierta, me percato de que tengo tu boca entre mi pelo, tus brazos rodeándome y tus piernas enredadas entre las mías. Y las sábanas por ahí, los almohadones en el piso, el aire que se cuela por la ventana: los ojos que se me cierran, pero me percato.

Entonces giro y en el silencio de la noche –que se confunde con tu respiración fuerte, primero, con tus ronquidos suaves, después– me pierdo entre tu espalda.

El abrir y cerrar de mis ojos me aleja de la lucidez y el razonamiento. Mejor, todavía. Es como si esa suma de segundos que deben estar pasando rápidamente fueran una película que avanza cuadro por cuadro.

Tengo tu nuca delante de mi boca y tu pelo revuelto, y tu piel que me permite deslizarme. Y el mar, o la montaña, o el campo, o una hoja en blanco, o una melodía que no tiene letra, o un corazón que todavía no descubrió el amor. Tu espalda es eso que me hace sentir chiquita, ínfima. Como un puntito en una fotografía de un paisaje.

Sin embargo, está acá. Porque tu espalda es como todo eso, pero yo estoy ante ella, la tengo delante de mí. Ahora te rodeo yo, y te abrazo.

Los ojos que se me cierran y yo que me percato de que mañana quiero pensar y me quiero preguntar: ¿Y quién inventó la cucharita?

jueves, 25 de abril de 2013

DE DIEGUITOS Y BICICLETAS

Me interesa tratar de comprender por qué las personas nos amoldamos a los lugares donde vivimos, conocer cómo es el proceso que nos lleva a sentirnos parte del lugar que elegimos para llevar adelante nuestras actividades, ver por qué nos movemos con comodidad en un contexto geográfico determinado y no en otro.

Ya sé, a todo esto que digo, un tal Bourdieu lo llamó habitus.

Pero en vez de escribir sobre Bourdieu prefiero referirme a lo que pensaba el otro día cuando en una cena con Tami y Juli, con una tarta de zanahorias de por medio, analizaba por qué Maradona triunfó en Nápoles y no en Barcelona, por ejemplo. Por qué se hizo rey en una ciudad que es conocida por la mafia, por el crimen organizado, porque no es un lugar rico y porque se parece a Constitución.

¿Y dónde iba a triunfar Maradona acaso? En Nápoles: rodeado de un contexto que tenía algunas características similares a Villa Fiorito, su lugar de origen; en un equipo pobre que era la contracara de los poderosos. Diego -el mejor Diego- se eyectó desde ahí y no desde Mónaco, Londres o Madrid.

Las ciudades, las personas, los contextos. La posibilidad de poder decir: este es -ahora- mi lugar en el mundo. Acá me muevo, acá me quiero mover, acá soy yo porque este acá me permite sentirme cómodo.

Y este acá se puede construir.

Ayer me crucé a mi amigo Darío por segunda vez en tres días. La Ciudad de Buenos Aires suele ser cruel con los que no nacimos aquí. Ningún otro sitio de Argentina es tan abrumador como este. Y encontrarse con alguien por casualidad es una excepción.

Pero yo lo vi a Darío y paré a conversar con él. Dos veces. Las dos veces yo andaba en bicicleta.

Las ciudades, las personas, los contextos. Yo me siento cómoda acá desde que ando en bicicleta. De chica, la bici fue mi medio de transporte: con ella iba de mi casa a lo de mi abuela o a lo de mis tíos. Y después, a la escuela. Y después, a visitar a mis amigas. Hasta tuve dos novios que me regalaron bicicletas.

Me costó adaptarme a Buenos Aires, pero terminé de cerrar el proceso desde que ando en dos ruedas. Creo que al hacer acá aquello que hacía en Monte Grande logré terminar de formar parte. La construcción la había empezado al saludar a mis vecinos y conocer sus nombres, al pasar por el puesto del diariero y quedarme a conversar, al hablar con confianza con el mecánico de al lado: al conocer un poco a los que están cerca.

Es rara Buenos Aires: a veces uno no identifica a los vecinos del mismo edificio.

Pero yo lo vi a Darío cuando iba de mi trabajo a mi casa, y la vi a Nati cuando volvía en bici de un recital y ella estaba en la parada de colectivo, y los vi a Mariano y a Martín, que también estaban en otra parada esperando otro colectivo. Los vi y paré y charlamos. Y después seguí, en la bici, comprendiendo por qué me muevo cómo me muevo en el lugar en el que vivo.

miércoles, 10 de abril de 2013

Y TODO PARA ESCRIBIR SOBRE EL GORDO MAZA


Yo no le había prestado atención a mis manos hasta que un día las miré y me di cuenta de que no me gustaban. Entonces comencé a observarlas. Ahora, son otras: el acto mágico de mutación que se da cuando uno repara en eso a lo que no le había prestado atención. Mirar las manos con otros ojos para tener otras manos.

En las manos está la edad. A medida que pasa el tiempo yo veo mis manos más arrugadas. Empecé a cuidarlas: a darle forma a las uñas, a ponerme crema a diario, a pintarme. Y entonces pensé -pienso- en las manos. En el cuidado de las manos como metáfora de la vida.

Pienso en las manos como oposición a los pies: las manos que son lindas -o pueden serlo, las manos con proyección-; los pies siempre feos, raros.

Las manos como cuestión hereditaria que puede modificarse: mi abuela tenía manos de hombre -tenía también un trabajo de hombre-, mi madre no se preocupa por sus manos -no se cuida las manos- y yo creo haber roto con esta cadena -o lo intento, lo juro-.

Las manos como parte del cuerpo a la que se le puede poner onda: manos con anillos, con tatuajes, con colores.

Y el bajón: manos a las que le faltan dedos, manos con dedos que deberían ser más cortos que los otros -y sin embargo, no. Manos con dedos sin uñas porque las uñas de los dedos de las manos terminan en otro lado: las manos como síntoma de los estados de ánimo.

Las venas de las manos, las rayas de las manos, los lunares de las manos, las berrugas de las manos, los nudillos de las manos.

Las manos masculinas en cuerpos femeninos y viceversa. Las manos como metáfora de la justicia: aquel que tiene las manos limpias.

Las manos como objeto de placer y también generador de. Las manos como símbolo de situación social, las manos de clase: las que se hacen las manos, y las que no.

Las manos como resignificación. El Gordo Daniel Maza, un hombre con manos que no son bellas, pero sin embargo, sí: la música que hace con ellas.

martes, 2 de abril de 2013

AMELIE

Odio la desilusión porque me duele como una astilla que se te clava en el pie y no te la podés sacar: y se queda ahí, durante días, y quizás se te infecta y entonces el malestar se vuelve constante. Odio la desilusión que te cierra el pecho, que no te deja dormir, que te parte el alma, que te hace sentir que si hoy, ya mismo, murieras, no le podrías donar el corazón a nadie porque le cagarías la vida.

Y ya tengo unos cuantos años, con lo cual me desilusioné algunas veces.

Resulta que tuve una desilusión fuerte hace unos meses cuando me robaron mi bicicleta. No voy a ponerme a discutir con nadie acerca de los objetos en los que uno deposita afecto. No me importa. Yo a mi bici la quería. Y mucho.

De un tiempo a esta parte elaboré la teoría de que a una desilusión le sigue una ilusión. Y me baso en experiencias empíricas para sostenerlo, eh. Claro, muchos se preguntarán eso a lo que todavía no le encontré respuesta: ¿para que haya una ilusión tiene que haber necesariamente una desilusión? ¿Existe una sin la otra? En fin. Un interrogante más de la existencia humana.

Cuestión que yo perdí a mi bici. Pero un día fui a lo de un amigo y le comenté el duelo que estaba haciendo. Leo es mi amigo que podría ser mi ángel de la guarda: me llevó al garage de la casa de su mamá, me señaló una bici de mujer y me dijo: “Llevala. La vas a tener que arreglar, eso sí. Es tuya”. Fue un momento de mucha felicidad. Tenía otra bici, más humilde, más viejita, pero linda igual.

Después, otro día, la llevé a la bicicletería. Fui apurada, así que indiqué los arreglos que quería y me fui rápido. El problema surgió cuando volví a buscarla. Ahí me encontré con Amelie.

Amelie es una bici que sacó una conocida marca en esta movida marketinera y snob que hay alrededor de este vehículo. Una bici de diseño. Y se llama así porque era la que usaba la protagonista de la película del mismo nombre. Me enamoré a primera vista.

Ya la conocía por fotos, pero tenerla ahí, de frente, con ese color cremita y el canasto y el asiento en marrón, tan bien combinado todo, me rompió los esquemas. Desde ese momento, me compré un problema. Es re triste: me siento como si saliera con un tipo muy grande y de golpe me enamorara de un pendejo. Estoy culposa. Me mata usar la que me regalaron sintiendo que deseo a Amelie. Para colmo, cada día que pasa le encuentro a mi bici un problema nuevo. Siempre pienso que quiero tener la otra. Y ya vi la película dos veces en este último tiempo.

Así que acá estoy, desilusionada otra vez, pero esperando que la rueda siga girando y algo me renueve la esperanza.

lunes, 25 de marzo de 2013

EL AMOR

Perdón por la cursilería, pero quería tener esta aparición breve para decir que la vida es más linda con amor. Y que el amor es una cena entre amigas en el patio de un bar cualquiera, que después viaja a un lugar donde hay gente copada y música, que después se corre a un viaje en auto bajo la lluvia y una charla hermosa: una conversación profunda, de una conexión absoluta, que termina con las gracias de ambos lados. Con las gracias por la escucha, gracias por compartir, gracias por esta cena, esta fiesta y estas palabras. Gracias.

El amor es escuchar la canción “Oh my love, my love”, desbordar de ternura y felicidad, aplaudir a Kevin Johansen y a la linda de Andrea Echeverri, y después cenar y reírse y contar anécdotas de amores: amores platónicos, amores breves, amores entre signos de interrogación (¿amores?), amores con futuro y (des) amores.

Y tantas otras cosas, ¿no? Una marcha con gente que resignifica un momento histórico y toca y baila, encontrarse con amigos para perderse, pero para volver a encontrarse (sobre todo para volver a encontrarse), tomar una Levité de naranja y comer unas papitas en la puerta de un supermercado chino, en una calle casi desierta, y recibir un mensaje de texto con faltas de ortografía: “Como estas mi negra cuando venis te estraño”.

El amor es jugar a la lotería y armar una sesión de fotos improvisada con las nenas más lindas del mundo. Unas milanesas napolitanas con papas a la crema. O más baile y más toque en otra calle, repleta, un viaje en subte y más risas, y más mensajes de texto que se vuelven otra cosa: un bar, unas bebidas, unas pizzas, y un brindis. Un brindis y otro, y otro más: y todo con amor.

jueves, 28 de febrero de 2013

ODA A LA SIESTA

Escribo estas líneas con los ojos achinados, los rulos que arman un despeinado bastante prolijo y una raya que me recorre el cachete: es la marca que me quedó después de estas dos horas y media de siesta que acabo de dormir.

Respeto sobremanera a la gente que descansa por las tardes, que se hace el hueco para disfrutar de un instante de felicidad, que elige detener el tiempo de su cotidianidad para enterrarse en la almohada. Para mí, la siesta es placer absoluto. Y aquellos que la practican al menos una vez por semana -sépanlo, entérense ahora- son mis amigos.

Por supuesto, cada uno elige la clase de siesta que prefiere. Están los que se sienten satisfechos con una siesta breve, los que se conforman con tirarse en el sillón y dormir unos minutos con lo que lleven puesto, y estamos los que armamos una siesta como si preparáramos una comida rica en nuestra casa para la persona que nos gusta mucho.

Es así: apagamos los teléfonos, construímos un ambiente cálido, generamos un contexto que nos resulte reconfortante, nos ponemos el piyama, corremos la cortina para que entre poca luz y nos acurrucamos un poco en la cama pensando cosas lindas hasta que el sueño se apodere de nosotros. Y abrimos los ojos cuando nuestro cuerpo lo desee.

En serio, probalo. Una vez que esto ocurra, sentirás que la vida tiene sentido.

Es así, un momento mágico en el que no hay nada más importante que vos: vos y tu siesta.

Te lo digo yo, ahora, hoy, un lunes cualquiera, en el día de mi siesta y con la raya del cachete que va desapareciendo.

lunes, 18 de febrero de 2013

LAS APARICIONES DE GUSTAVO

Resulta que de casualidad un día te encontrás con Gustavo Cerati. Algo que puede pasar en una primera cita, un martes cualquiera, de madrugada, en un bar en pleno San Telmo, o mientras conversás con amigos a los que querés mucho y aparece Gustavo, de fondo y a través de un parlante, con una canción que se lleva tu atención y te hace cambiar el rumbo de la conversación para preguntar: “Che, ¿qué tema es este, tan lindo?”.

Y así, de sorpresa, descubrís que te gustan los coqueteos de Cerati con el floklore, como ese aire de zamba que es Cactus, de Fuerza Natural, o Sulky, de Siempre es hoy, un tema grabado con Domingo Cura.

jueves, 7 de febrero de 2013

SIRVIÑACO

Resulta que ahora nos creemos que vivir con alguien sin pasar por un registro civil o una iglesia es una cuestión moderna.

Pero no.

Leyendo el libro “Mujeres tenían que ser”, de Felipe Pigna, me encuentro con la historia del sirviñaco, una forma que les permitía a las parejas de los pueblos andinos convivir sin casarse. Ver qué onda, bah.

Dos personas probaban pasar tiempo bajo el mismo techo. Y si funcionaba, contraían matrimonio. Claro, esto no les gustaba a la Iglesia y al Estado español, que intentaban tirar abajo esta forma madura de ir paso a paso en una relación: se creía que si se pasaba por esta etapa el éxito matrimonial estaba garantizado. Por eso, estas instituciones catalogaban al sirviñaco como concubinato, para descalificarlo.

Jaime Dávalos y Eduardo Falú hicieron un bailecito que es precioso. Si yo quisiera manifestarle a alguien que quiero vivir con él, le mandaría esta canción por mail.

Les dejo la letra:

Yo te he dicho nos casimos,
vos diciendo que tal vez;
sería bueno que probimos
m'a ver eso qué tal es.

Te propongo sirviñaco,
si tus tatas dan lugar
pa l'alzada del tabaco
vámonos a trabajar.

Te compraré ollita nueva,
en la feria 'e Sumalao,
es cuestión de hacer la prueba
de vivirnos amañaos.

Y si tus tatas se enteran,
ya tendrán consolación,
que todas las cosas quieren
con el tiempo la ocasión.

Y si Dios nos da un changuito
a mí no me ha de faltar
voluntad pa' andar juntitos
ni valor pa' trabajar.

jueves, 31 de enero de 2013

EL FUTURO


-Tía, ya sé qué quiero ser cuando sea grande.

Julieta me encaró como si finalmente le hubiera encontrado respuesta a la pregunta que le hago desde que tiene 4 años: y tiene 10, o sea que lleva seis soportándome.

-¿Sabés qué? Voy a ser azafata. Y voy a ir en avión, voy a viajar, a viajar mucho. Entonces voy a ir a un montón de lugares. A Disney y a Miami... Y a Córdoba...
-Pero mirá que eso es un laburo, eh. No es que te vas de vacaciones. Vas a estar mucho tiempo en el avión -intenté bajarla del sueño.
-No, voy a ir a Dysney, voy a viajar todo el tiempo. Y además, la tía Andrea me dijo que pagan re bien.

Micaela, que tiene 7, dejó de comer milanesas para decirme que ella también había pensado qué quiere ser: “Yo, doctora de perros, tía”, me dijo. Aunque empezó a dudar:

-No, no, mejor no. Porque voy a ver a perros enfermos, por ahí los tengo que operar. ¿Y qué hago si se me muere un perro? ¿Qué hago, eh?
-Y bueno, qué vas a hacer, puede pasar.
-Y lloro, qué voy a hacer... Pero no, mejor no. No quiero. Mejor voy a ser maestra.

jueves, 24 de enero de 2013

ACA HUBO UNA VEZ UN FANTASMA ANONIMO

Desde chiquitos sabemos que un fantasma es algo feo, malo, alguien que asusta y que puede hacer daño: alguien que -después nos enteramos de grandes- no existe, sino que es producto de nuestra fantasía.

Hasta que apareció Casper, claro. Desde ese momento, un fantasma puede ser alguien bueno, tierno, dulce y, además, lindo: Casper era un chico rubio y de ojos celestes. Y, en realidad, era humano.

Acá, en este humilde blog, hubo una vez un Fantasma Anónimo que circuló por los comentarios de algunos post. Incluso escribió que ojalá nos volvamos a cruzar. Es decir que ya nos cruzamos alguna vez.

Y más. Se jactó de que no tiene falta de coraje, pero afirmó que tampoco dispone de la posibilidad de expresar sus sentimientos por otro medio que no sea éste. Redobló la apuesta cuando lo acusé de poco creíble y, por si fuera poco, osó cargarme y mofarse en situaciones en las que yo presumí de algunas cosas.

En su momento apareció cuando alguien lo llamó. Me elogió tanto que en un primer momento pensé que podía ser mi papá… Si no fuese porque mi papá no sabe prender una computadora y porque es capaz de escribir hiba, así, con h.

Eso sí, nunca, jamás, soltó algún indicio.

En su última aparición, hace años ya, aportó otra cuota de intriga. Dijo que faltaba poco para un supuesto encuentro y utilizó la palabra destino.

Nunca supe quién era. No importa. No sé si sigue leyendo ahora que retomé inconstantemente este espacio. Si alguien lo conoce, lo que quiero es agradecerle: por pasar, por escribir y por hacerme reir por aquellos días.

¡Saludos, Fantasma Anónimo!

viernes, 18 de enero de 2013

GUITARRA NEGRA

Ayer, 17 de enero, se cumplieron 14 años de la muerte de Alfredo Zitarrosa y leí una nota que repasaba 10 de sus canciones.

Volví a escuchar Guitarra Negra después de mucho tiempo. Me parece una canción -un poema hecho canción- que tiene miles de sentimientos y sensaciones: melancolía, esperanza, recuerdos, tristeza, odio, lucha, reflexión, exilio, amor, encierro, libertad, nostalgia.

Hoy, 18 de enero, en el inicio del día, ya la escuché cinco veces y sigo emocionada.

Copio una frase, dejo este post y sigo tocando replay.

"Hoy dejaré las puertas y las ventanas de mi casa, abiertas. Y la noche entrará por todas las ventanas de mi casa, por todas las ventanas de todo el barrio, por todas las ventanas de todos los cuarteles y de todas las cárceles, por todas las ventanas de los hospitales... La noche entrará, cabeceando, saltará para adentro, sombra a sombra a la luz del farol... Y se echará en el piso como un perro... Y aguardará hasta la madrugada... Hoy... Dejaré las puertas y las ventanas de mi casa, abiertas, para siempre...".

lunes, 14 de enero de 2013

DOCE METAS RAZONABLES PARA 2013


UNO. Regar las plantas más que en 2012.

DOS. Comprarme una parrilla para el balcón. Antes, aprender a hacer asado. Y antes que eso, analizar friamente las consecuencias de semejante independencia respecto del sexo opuesto.

TRES. Ponerme un arito en la nariz.


CUATRO. Terminar mi crónica.

CINCO. Mandarle un mail al Beto Márcico confesándole el amor platónico que siento por él.

SEIS. Decidir un poco más rápido -y sin ayuda- qué quiero comer cuando voy a un restaurante.

SIETE. Lograr que la psicóloga me diga: “Bueno, está bien, por ahí en algún momento no venís más”.

OCHO. Manejar un tractor para ver cómo es.

NUEVE. Hacer un viaje de un mes.

DIEZ. Armar una empresa de asesoramiento sobre el largo perfecto de la barba de los hombres.

ONCE. Bailar candombe, pero bien.

DOCE. Averiguar quién inventó la cucharita.