sábado, 27 de septiembre de 2008

SESENTA Y UNO

Rezongó. Lo llamé y rezongó. También el día de su cumpleaños.

-¡Feliz cumpleaños, papi! ¿Cómo la estás pasando?
-Ah, hola. Gracias. Acá, laburando. Es un día más. Hoy hace calor.
-¿Cómo lo vamos a festejar?
-No, no. Yo no quiero festejar nada. No hay nada que festejar. No quiero regalos, no quiero que venga nadie. No quiero nada.

Rezongó. Lo llamé y rezongó. Una vez más, que podría ser una por año, pero que en su vida es una vez por día.

El Gordo Ramón cumple 61 años. El no sabe que es un gran protagonista de este blog y que varias personas se están fanatizando con su persona. Esas personas piensan que su persona es un personaje. Pero en realidad no.

Hace un tiempito le habló de mí y de mi hermano Andrés. Le habló, casualmente, a la novia de mi hermano Andrés.

-Todo lo que nosotros hacemos (acá la incluyó a la Gorda Marta) es para ellos. Todo. Todo esto es para ellos, para los chicos. Lástima que ellos...
-¿Ellos qué?, preguntó Flavia
-Y... Ellos son muy desordenados, viste. Dejan toda la ropa tirada, no les importa. No les gusta el orden, la disciplina. Yo trabajaba todo el día todos los días. Y mis cosas estaban impecables. Ellos son vagos, no les gusta el laburo. Un desastre.

Rezongó. Lo llamé y rezongó. También el día de su cumpleaños. Me contó que mi mamá le regaló una camisa, pero que no hay que gastar plata: la mandó a que la devuelva. No importa. Yo lo quiero igual. Me voy a festejar el cumpleaños del Gordo Ramón (aunque todavía no sé cómo). Un beso para todos.

martes, 23 de septiembre de 2008

ALL YOU NEED IS LOVE


Es increíble cómo funcionan las parejas. De todas las que conozco, los chicos de arriba son los que mejor me caen: mejor juntos, digo, porque este post se trata de parejas.

El es Marcelo. Ella es Carla. Para él, ella es Carlis, o "mi amor". Para ella, él es Marce, o "mi amor". Para mí, son dos personas con muy buena onda. Lo que mejor me cae es que se quieren simple, sin estridencias.

No entiendo a las parejas que necesitan un amor pretencioso: viajar a grandes lugares, hospedarse en hoteles de lujo, tener una mansión con pileta, el mejor auto. Esas que necesitan también poderosas demostraciones de amor, como recibir rosas rojas en cada aniversario, o pagarle a un tipo para que se disfrace de príncipe y le lea un poema a la novia.

Marce y Carlis se conocieron en la facultad, cuando estudiaban Ciencias Políticas. Ella terminó la carrera; él, como buen vago, no. Y él le dice que ella lo dejó solo, que por eso no llegó al final. El diálogo empezó en una parada de colectivos, cuando los dos esperaban el 24. Ella fue la que inició la conversación.

Marce, que es mi compañero de trabajo, me recuerda la historia cada vez que pasamos por esa esquina, Ramos Mejía y Sarmiento. Y pasamos casi todos los días. Ahí comenzó todo: esta historia ya lleva más ocho años de joda (y un par de convivencia).

Primero fueron amigos, después se gustaron (aunque se mintieron y siguieron siendo amigos), hasta que uno de los dos dio el paso. No se sabe quién, porque ambos se adjudican el momento del encare.

Se quieren simple, sin estridencias. Cuando hablamos de las cosas que nos hacen felices, él la nombra a ella: al tiempo que pasa con ella. Carlis también está enamorada: se le nota cuando le habla, cuando lo mira cuando él habla y cada vez que le manda la comida al trabajo en un tupper. ¿Qué es eso si no un acto de amor puro? Ella lo quiere tanto que para dormir la siesta los domingos, le pide a Marce que le ponga la transmisión de Radio Continental, un hábito claramente de él.

La vez que los invité a comer a casa, bajé a abrirles y los agarré dándose un beso. Esa es otra cosa buena que tienen: parece que se hubiesen conocido hace dos meses. La imagen me enterneció. De hecho, hace unos días la soñé. Pero a diferencia de aquella vez, era de día y había mucho sol. Si yo pudiera haber musicalizado aquel momento del beso (aquellos segundos que tardé desde que bajé del ascensor hasta que puse la llave en la cerradura), hubiese puesto la canción que utilicé para el título de este texto.

martes, 16 de septiembre de 2008

Y ESPERO QUE (NO) TE OLVIDES MI NOMBRE


Mi identificación personal es un nombre que tiene seis letras, tres de ellas vocales, tres de ellas consonantes, tiene un tilde y un significado particular: es un nombre como el de cualquiera.


Pero yo al mío lo quiero, quizá porque mi mamá -que fue la que lo eligió- lo quiso siempre. Conozco gente a la que no le gusta su nombre y otros, incluso, que eligen ser llamados por sobrenombres. Pero un nombre es algo especial, representa a uno: le da forma, le da cara, le da identificación. El nombre es como el aura de cada persona. A veces pasa que la gente tiene una cara que no pega con su nombre: ahí hubo padres que evidentemente hicieron una mala selección.


Mi mamá (que también es una persona con características particulares, como todas las personas) quiso que yo me llamara Ayelén. Mi mamá no es una persona expresiva, pero expresó en un nombre todo lo que quería de mí: Ayelén significa niña alegría.


Desde que tengo memoria escucho que mi mamá dejó de lado el deseo grasa de mi papá: él quería ponerme Mercedes (tenía una novia con buen culo que se llamaba así) o Miriam (tenía una novia con buenas tetas que se llamaba así). Gracias, mami.


Yo soy Ayelén, tengo un nombre mapuche. Los mapuches fueron indios que habitaron el sur de Argentina y de Chile. Me vienen más recuerdos de mi infancia. En casa había un libro muy grande sobre la historia indígena: a mi mamá le gustaba leer sobre ellos, le gustaban esas historias. Ella es una mujer muy friolenta, pero me eligió un nombre del Sur. Ayelén significa niña alegría.


Yo soy Ayelén, tengo un nombre mapuche. Hace poco leí que estos indios funcionaban raro en la pareja. En esa época (¡ya en esa época!), la mujer era independiente económicamente. Tenía su propia chacra, sus propios animales: sólo se podían vender con su consentimiento.


Yo soy Ayelén, tengo un nombre mapuche. Y me encanta. No sé si tengo alegría, pero cuando me río se me hacen pocitos en los cachetes. Mi mamá no me lo dijo nunca, pero yo estoy segura de que eso la pone contenta.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

PEQUEÑAS MUESTRAS DE LA EVOLUCION DEL MUNDO


Hay síntomas que demuestran que el planeta no puede más: ya pasó muchas cosas. La naturaleza da muestras de ello. Y en el mundo hay pobreza, y hay injusticias, y el servicio de trenes es pésimo. Y hay que trabajar.

Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, hay cosas que mejoran. ¿O alguien se imaginó alguna vez que iba a existir un alfajor minitorta? Es importante que seamos conscientes de estos progresos, que en definitiva son los que nos hacen felices. Otra vez: los alfajores minitorta están entre nosotros. ¡Una porción de torta en versión alfajor! ¡Y se compra en un kiosco, por tan sólo un billete de dos pesos! El viejo y querido Guaymallén debe estar perdiendo por goleada. Es como que ahora alguien use el atari en lugar de jugar a la PlayStation.


Es cierto, uno de los rubros en los que más (se) mejoró el hombre, debe ser en el de la comida. No me quiero extender en este ítem, pero no puedo dejar de mencionar a los tmatitos secos (que quizá existen desde hace un tiempo, pero ahora son accesibles). Ni que hablar de la tecnología. Si hasta Carlos Tevez tiene un "i-pó", como le dice él al i-Pod.

Un amigo me dijo el otro día que se dio cuenta de que alguien puede vivir solo con tener apenas un magiclic (nada más que eso). Es válido también.

Y una muestra más en este pequeño desgloce es que, según vi el 4 de septiembre, ahora resulta que hasta los floristas tienen estrategias de marketing. En Plaza de Mayo los puestos estaban repletos de flores de todos los colores y llenos de carteles que rezaban: "4/9: Día de la Secretaria".

martes, 2 de septiembre de 2008

QUE FANTASTICA, FANTASTICA ESTA FIESTA



Baby Etchecopar dice, desde la radio, que en 15 años va a matar a su mujer, que ella ya lo sabe y que si todos conociéramos a su mujer, diríamos que hace bien. El taxista frena en un kiosco y compro alfajores, muchos afajores minitorta, de esos que son riquísimos. Cuando llego, Blancanieves ya está lista: está hermosa. Es una Blancanieves de tez morocha y no tiene enanos. Es una Blancanieves humana: se queja porque le aprieta el corset y putea porque se nos hace tarde. Campanita está pintando a la argentina que será una japonesa en unos minutos. Campanita juega a que es una Campanita de barrio, pero es divina y, más allá de las palabras que dice, su dulzura es inocultable. No hay música en la casa, pero hay ruido a gente que camina, a chicas que se divierten: hay sonido a regreso a la adolescencia. No cené: como rápido unas pizzetitas frías, un poco de maní, tomo fernet con Coca Cola. Tengo que tomar rápido, porque sin alcohol la vergüenza que siento puede hacer daño. La Vaquita de San Antonio peina a una chica que será una Leona en unos segundos: una de esas que juegan al hockey. La Abejita quiere sacarle fotos a todo, a todas, pero no se da cuenta y se tira un cigarrillo encima del disfraz. El disfraz se quema, pero el ambiente adolescente es tal que todo pasa, no importa nada, eso ya se arreglará (y ella hará todo lo posible para que la casa que se lo alquiló no se quede con la seña). La japonesa ya está lista y es la japonesa más linda de todas las japonesas, aunque sea argentina. El timbre no anda, pero llega un sms que avisa que el Jeque árabe está en la puerta. Una imagen retrata a todos, todos salen por la puerta, nos dividimos en tandas, dos taxis nos conducen a un lugar. Nunca comimos los alfajores, pero no importa. Ni siquiera nos dimos cuenta. Ahí, en el lugar, hay un chico y una chica que tienen traje y una careta, pero no se sabe de qué se disfrazaron. Aparecen la chica de los '70 y el monje. Hay un gesto que no se altera: todos mostramos los dientes, los pocitos en los cachetes, todos soltamos carcajadas. La japonesa se pinta las uñas de las manos en la barra y las uñas de los pies en el baño de mujeres: eso la muestra tal como es. Ahí sí hay música y bailamos. Bailamos mucho, tomamos un poco menos de lo que bailamos, pero tomamos bastante. La Leona brinda con el monje. Está el Zorro, impecable, en un costado. Están otros chicos con ropa normal y caretas y gorros. La chica de los '70 -que está luminosa, atractiva, que hubiese roto muchos corazones en aquella época- se besa con el monje: se nota que se quieren. Se sientan en la barra y conversan, se miran, se ríen. Es lindo verlos. Llega otra pareja: Caperucita Roja cae con un Lobo que está vestido de civil, que la observa y la cuida en cada canción. Caperucita es sencillamente guapa. Sus ojos dicen que está contenta. En una punta, en la otra punta, hay una chica y un chico que no se conocen, pero intercambian besos. El besa bien, parece. Hay un trencito de gente que recorre la pista. Hay momentos y hay un instante particularmente grasa: se escucha la voz de Cacho Castaña y todos saltamos al ritmo de "ha vuelto el matador, ha vuelto el matador". Hay más música, en otro estilo, hay menos gente, Blancanieves se quita la parte de arriba de su disfraz. Está linda igual. Campanita y la japonesa paran un taxi, se alejan, primero lento y después rápido. Blancanieves se va con el jeque por un lado: su destino es el Conurbano. Van a descansar al seno familiar. El Zorro, la abejita y la Leona parten en un auto que dará muchas vueltas antes de llegar adonde debe llegar. Hay una conversación sobre las profesiones: a uno le gusta la de la otra, pero la otra explica que está cansada. Y que en realidad todos -o la gran mayoría- se cansan de las profesiones. La otra piensa que las profesiones son una excusa para poder hacer eso: juntarse, reirse, disfrazarse, bailar. Por suerte, a esa hora y en ese auto, no suena la voz de Baby Etchecopar.