lunes, 13 de mayo de 2013

FELIZ CUMPLEAÑOS (Una carta de amor al Beto Mágico)

La primera vez que te vi fue en figuritas. Yo intentaba llenar el álbum del Torneo Apertura 1992 y me tocaste vos, en dos sobres consecutivos, con el pelo largo y la camiseta de Boca con la publicidad de Fiat.

Lo asumo, primero te miraba sin sentir ninguna atracción física. Me llamaba la atención tu manera de jugar. Eras mi ídolo, mi espejo en esos pensamientos de niña que soñaba ser futbolista: yo quería jugar como vos.

Y te tenía cerca, imaginariamente: un póster con tu imagen estaba pegado en la pared, arriba de mi cama. Eras mi Angel de la Guarda, el guardaespaldas de mis sueños, desde esa foto en la que te veía con la pelota dominada, cerquita del pie derecho, la mirada puesta en ella, el labio inferior hacia abajo, el pecho hacia afuera, siempre. Esa pose equina tan característica tuya, Beto.

Transformada en una seguidora, además de considerarte el mejor enganche del universo, empecé a interiorizarme sobre tu vida. Admiré, entonces, tu recorrido. De tu infancia en Barracas a tu foto en la Torre Eifel, por tu paso en el Toulouse, después de tu inicio exitoso en Ferro. De tu nacimiento en Corrientes porque tu papá era capitán de barco y viajaba mucho. De tu niñez con siete hermanos, todos en una misma pieza, y la cola que tenías que hacer para bañarte.

En la disputa Halcones y Palomas, yo era Halcón, como vos. Con mi hermano te pedíamos para la Selección. Claro, era un reclamo humilde, desde la habitación que compartíamos en la casa de nuestros padres, en Monte Grande, ahí donde gritábamos tus goles. El mismo sitio donde le juramos odio eterno a Bilardo, culpable de tu partida del club.

Te miré y entroné en Boca, te admiré también en tu posterior paso por Gimnasia La Plata. Y no me molestó el gol que le hiciste a Boca, el día que nos ganaron 6 a 0 y marcaste el quinto, de penal. Pero no lo gritaste porque sos hincha. Con vos también aprendí, Beto: aprendí que no se traiciona.

Además, supe algunos de tus sufrimientos. Y padecí con vos, a la distancia, la lesión en el talón de Aquiles que fue clave para que te inclinaras por el retiro del fútbol.

A esa altura, mi amor había mutado: se había vuelto más profundo. Yo había crecido. Ya te miraba como una mujer.

Lo confieso: te amé cuando te dejaste estar, Beto. Cuando dejaste de darle importancia a los entrenamientos y el cuidado del físico, y le diste rienda suelta al disfrute alimenticio. Una vez me contaron que tomaste siete helados durante una entrevista: te adoré más, incluso, desde entonces. Te quiero excedido de peso y todo.

Una vez te vi en Puerto Madero, pero no me animé a acercarme. El nerviosismo me corría por el cuerpo y la ansiedad me hizo un nudo en el estómago, así que decidí observarte a lo lejos: nunca me voy a olvidar del morocho perfecto de tu piel, el pantalón verde musgo y la chomba de piqué amarilla que te rodeaba la panza, te la ajustaba. Y unos poquitos rulos, controlados.

Por eso hoy, en el día de tu cumpleaños 53 y cuando noto que la diferencia de edad que hay entre nosotros podría no ser un obstáculo, me decido a escribirte estas líneas. Conmigo podés no trabajar: ni ser técnico, ni estar pendiente de tus negocios inmobiliarios. Yo voy a estar contenta con el solo hecho de tenerte en la mesita de luz.

¡Feliz cumple, Beto!

Un beso sincero, humilde y afectuoso,

Aye.

3 comentarios:

Matias dijo...

Aye, mas que muy bueno, creo que alguna vez te dije que me gusta mucho como escribis...

AYE dijo...

Gracias, Matías (Matías C, verdad?)! A mí me gusta tu nombre porque cuando seas muy grande se van a referir a vos como "EL viejo Matías".
Besos!

paola dijo...

una vez yo también me lo encontré en un restaurante en puerto madero, me llamo la atención hasta que me dijeron quien era. no podía dejar de verlo, quizás era su belleza o la forma en la que comía. pero lo sigo desde aquel entonces.