jueves, 30 de julio de 2009

LA MERMELADA DE ARANDANOS COMO OBJETO GENERADOR DE FELICIDAD

Si en estos días alguien me preguntara qué es la gloria, yo diría que es ese frasquito que descansa en mi heladera y que poquito a poco se va vaciando.

Imagino que en el Sur argentino habrá otras mucho más deliciosas (los dulces de ahí son de lo mejor que probé en mi vida), pero yo ya estoy muy contenta con esta exquisitez que fabrican los de La Campagnola.

Quiero dejar en claro que para mí la felicidad no existe. No se trata de una máxima pesimista: considero que se puede tener buenos y muy buenos momentos. Pero la palabra felicidad me parece pretenciosa, como que aspira a algo perfecto, sublime. Una payasada. ¿Qué es la felicidad, acaso? ¿Y cuánto dura? Suena a algo efímero, inalcanzable. Paradójicamente, creo que todas las personas nos pasamos la vida luchando por conseguirla, por llegar a un status de placer absoluto.

Igual no importa, el párrafo anterior da para largo y yo quiero escribir sobre algo corto. El frasquito que tengo en la heladera mide apenas 13 centímetros y contiene 454 gramos de riquísima mermelada de arándanos.

Sí creo, en cambio, en estos detalles que parecen ínfimos, pero que pueden mejorar nuestro ánimo. A veces me pasa que es la hora del almuerzo, pero yo me tomaría un café con leche con tostadas untadas con este dulce de color uva. Otras me sucede que me despierto a la noche, pero me vuelvo a dormir rápido, porque pienso: “Descansá, descansá tranquila. Total, en unas horas disfrutás de la mermelada”. Y otras, la extraño: si estoy en lo de una amiga y es tarde, me vuelvo igual a dormir a mi casa. No vaya a ser cosa que me levante, abra la heladera y ella no esté ahí para alegrarme la vida.

lunes, 27 de julio de 2009

MICROENAMORAMIENTOS


Un microenamoramiento se produce cuando te cautiva alguien a quien no conocés. Alguien a quien te cruzaste en el colectivo o caminando por la calle, o en el supermercado: alguien de quien seguramente no sabés ni el nombre y seguramente jamás lo sepas, porque seguramente jamás te lo vuelvas a cruzar. Seguramente.

Un microenamoramiento tiene una duración efímera, pero inmensamente intensa. Y parece que es una cuestión física, pero no siempre es así: a veces te microenamora una sonrisa, o unos ojos, o una actitud: resulta que lo viste en el colectivo ayudando a bajar a una abuelita y te microenamoraste.

Martín Caparrós contó en su libro El Interior que en Santiago del Estero un hombre le habló sobre la diferencia entre cómo se acerca a una chica un porteño y cómo lo hace un santiagueño. “El porteño es encarador, porque tiene que aprovechar el momento. Si la ve en el subte, tiene que ir y hablarle, declarársele. Porque después no la va a ver nunca más. La ciudad es grande y son millones. Acá, en cambio, si yo veo a una chica linda sé que al otro día me la cruzo en la plaza del pueblo”, le explicó.

Seamos claros. Si te gusta un compañero de trabajo, no es un microenamoramiento. El hecho de que lo veas regularmente elimina esa denominación. No vale que se trate del almacenero del barrio, del profe del gimnasio o del compañero de la clase de inglés.

Lo mejor de los microenamoramientos es que ocurren prácticamente todos los días. Ventaja: no implican un compromiso, no hay rutina que amenace. Contra: se trata de un sentimiento platónico, que seguramente no se concretará. Seguramente.

...


En fin, escribí todo esto para decirte a vos, chico que atiende el local de venta de sillones de la calle Bravard, que me gustás, ¿sabés? Que hoy volví a tu negocio y recordé que ya había estado ahí un año y medio atrás, cuando me pasaste los precios de un futón. Te digo, chico, que me volví a (micro) enamorar. Que me encanta tu risita de vendedor simpático con esa pizca de timidez, tu barba de cuatro días y tu trato agradable. Y que si tuviera plata, quizá te compraría algo, sólo para cruzarte alguna vez más. Porque me gustás vos, pero no las cosas de tu local. Te digo a vos, chico, que yo te microamo.

martes, 21 de julio de 2009

VERSIONES DE BAJAS TEMPERATURAS



El solo hecho de mencionar la palabra frío me hace encoger los hombros, pero no sólo por el significado en sí, no sólo porque se trate de algo gélido: la palabra frío es helada.

Resulta que hay diferentes fríos. El frío climático, claro, al que ya conocemos todos. Existe gente de sangre caliente que lo disfruta; hay otras que lo padecen y, peor e infinitamente triste, hay personas que se mueren de frío.

Hay tipos o tipas a los que se los acusa de pechos-fríos: son los que no tienen ese sentimiento impulsivo, esa energía para reaccionar en determinado momento. Son los que no transmiten nada, los colgados, los displicentes, los que no se inmutan, los que se puede estar viniendo el mundo abajo y los tipos o tipas ahí, como si nada pasara.

Este es un término común en el deporte. A Daniel Montenegro, un jugador de Independiente, por ejemplo, le dicen Montehielo. A Juan Román Riquelme, genialmente talentoso con una pelota en los pies, con un cerebro futbolístico al nivel del de Albert Einstein, muchos lo catalogan con ese mote. Resulta, entonces, que uno es pechofrío de acuerdo con el ojo que lo mire.

Hay personas que son frías para decidir, hay otras que son frías para enseñar, hay otras que son frías para definir, hay otras que son frías para aconsejar o para hablar. Para decir: el sonido de sus palabras es frígido.

Yo me enteré hace poco, pero hay teorías que afirman que los esquimales se fueron al frío porque, cuando llegaron desde Asia, fueron rechazados por los indios norteamericanos. Ellos se fueron al hielo, pero los helados fueron los que los relegaron. Y los esquimales se erigieron en un pueblo acogedor y pacífico.

A veces, que te digan frío representa un elogio. Y en ocasiones hay personas a las que uno quisiera congelar.

Lo peor, sin dudas, es la frialdad de sentimientos: no reír, no festejar, no conmoverse, no emocionarse, no demostrar, no disfrutar. No permitirse –o no pelear– por una vida lejos de cualquier baja temperatura.

sábado, 18 de julio de 2009

PIROPO. ¿PIROPO?

"Vos sos muy under"

lunes, 13 de julio de 2009

jueves, 9 de julio de 2009

UNO, SOBRE UNO MISMO

Alguna vez me referí a las entrevistas laborales y ahora pongo un ejemplo exacto. Una vez me vi forzada a escribir esto:

Uno de mis puntos fuertes es que siempre busco perfeccionarme. Esa insistencia en superarme profesionalmente es uno de los motivos que me lleva a postularme esta vez. Además, tengo iniciativa, profesionalidad, me gusta trabajar en equipo y me adapto a diferentes funciones.
Mi responsabilidad es defecto y virtud, porque muchas veces mi pasión por el trabajo que hago me vuelve obsesiva en el ámbito laboral. Ese es un punto a mejorar, porque algunas veces este escenario no me permite disfrutar en plenitud de lo que hago.

Y tuve que redactar mi autobiografía:

Nací en Monte Grande, Buenos Aires, el 2 de noviembre de 1982 y soy la primera hija del matrimonio de Eduardo Pujol y Marta Wechsung. Dos años después llegó Andrés, mi único hermano.
En 1989 con mi familia nos mudamos a Valle Hermoso, Córdoba, por iniciativa de mi padre, que quería que mi hermano y yo tuviéramos una infancia en contacto con la naturaleza. Cinco años después volvimos a Monte Grande, pero la experiencia en el campo fue muy valiosa.
En Valle Hermoso comencé un curso de dibujo (que abandoné después de dos años) e inicié mis estudios de folklore, que terminarían en el año 2000, cuando me recibí de Profesora de Danzas Nativas.
Durante la infancia y la adolescencia practiqué varios deportes: tenis, básquet, vóley y atletismo. Eso hizo en gran parte que me interesara en el Periodismo Deportivo.
Desde hace tres años me independicé y vivo sola en Capital Federal. Además de trabajar, dedico mi tiempo a ir al cine, a leer y a estudiar música: toco el saxo desde hace dos años.

Vergüenza ajena (o propia, en realidad).