
Imagino que en el Sur argentino habrá otras mucho más deliciosas (los dulces de ahí son de lo mejor que probé en mi vida), pero yo ya estoy muy contenta con esta exquisitez que fabrican los de La Campagnola.
Quiero dejar en claro que para mí la felicidad no existe. No se trata de una máxima pesimista: considero que se puede tener buenos y muy buenos momentos. Pero la palabra felicidad me parece pretenciosa, como que aspira a algo perfecto, sublime. Una payasada. ¿Qué es la felicidad, acaso? ¿Y cuánto dura? Suena a algo efímero, inalcanzable. Paradójicamente, creo que todas las personas nos pasamos la vida luchando por conseguirla, por llegar a un status de placer absoluto.
Igual no importa, el párrafo anterior da para largo y yo quiero escribir sobre algo corto. El frasquito que tengo en la heladera mide apenas 13 centímetros y contiene 454 gramos de riquísima mermelada de arándanos.
Sí creo, en cambio, en estos detalles que parecen ínfimos, pero que pueden mejorar nuestro ánimo. A veces me pasa que es la hora del almuerzo, pero yo me tomaría un café con leche con tostadas untadas con este dulce de color uva. Otras me sucede que me despierto a la noche, pero me vuelvo a dormir rápido, porque pienso: “Descansá, descansá tranquila. Total, en unas horas disfrutás de la mermelada”. Y otras, la extraño: si estoy en lo de una amiga y es tarde, me vuelvo igual a dormir a mi casa. No vaya a ser cosa que me levante, abra la heladera y ella no esté ahí para alegrarme la vida.