jueves, 2 de septiembre de 2010

LA ISLA DEL SOL


Acá y ahora los días son grises y pesados, pero allá y ayer, hace apenas unos meses, el sol era el que abría nuestros días. Una pequeña embarcación nos llevaba a un lugar que hasta poner un pie sobre la arena era apenas un nombre más en el mapa: un destino más en un viaje de 20 días.

Ojalá hubiera sido tan solo eso. Pasamos poco más de 48 horas ahí, pero fue la primera (y hasta ahora única) vez en nuestra vida en la que sentimos que la naturaleza nos abrazaba. No caminamos: nos deslizamos por senderos rodeados de un lago azul celeste que nos hizo sentir que eso que vivíamos era una ilusión. Un anhelo de un sitio de paz.

Que no era un sueño. El lugar existe.

El aire parecía atravesar nuestros cuerpos, era difícil hablar ante tamaña manifestación paisajística. La perfección, toda, estaba ahí, frente a nosotros. ¿Cómo no preguntarse en esos minutos de contemplación el sentido de la vida?

El milagro ocurrió, sentimos que nos recorría la sangre. La madre naturaleza nos integraba a su universo. El aire circulaba por nosotras. Eramos una figura más. Limpias, silenciosas, transparentes.

El hombre (la mujer, dos mujeres, en este caso) ante su propio ser. Y ella, que nos cobijó con su amor más profundo. Con armonía, pero también con intensidad.

1 comentario:

Etienne dijo...

Hay lugares así.
Escasos, pero intensos en su esencia y únicos por definición.