En 1998 yo tenía 16 años y en mi casa no había cable. Los fines de semana iba a visitar a mi tía y a mis primos y ahí vi por televisión un video en un canal de música: era grupo de muchachos vestidos como cavernícolas girando alrededor de un fuego y golpeándose el pecho. "Fasolita querido; a ver cuándo venís por acá", cantaban. Fue la primera vez que escuché a Los Piojos, que por ese entonces ya tenían su tercer álbum (Tercer Arco) en la calle.
El lunes fui a verlos, esta vez en vivo: pasaron 10 años de aquella primera imagen y hay en el mercado seis discos más. No tengo ninguno en mi haber, aunque en la casa de mis padres debe estar el casette (¡cuánto hace que no escribía la palabra casette!) de Ritual, que me regaló para un cumpleaños un compañerito de folklore.
Fui con mi amiga Pao, una seguidora de Los Piojos de la primera hora. Justo acabábamos de prender un cigarrillo, cuando un chico se dirigió hacia ella:
-¿Me das una seca?
-Si, tomá.
-No, no me entendiste. Te pregunto si tenés una seda.
-Ahhh. No, no tengo.
-¿Y me das un besito?
Pao le dijo que no, aunque a la salida del Luna Park me confesaría que le gustó el muchacho en cuestión, un piojoso de pies a cabeza.
Ir a ver a Los Piojos fue como volver a la adolescencia. La banda ganó una popularidad tal que, sin hacer ninguna prensa, llenó tres Luna Park. Eso no sólo muestra que ahorran dinero: también suman una cantidad de fanáticos incalculable.
Y si algo tienen es que unen a gente de todos los sectores sociales. También, de todas las edades. Están los púberes con zapatillas de lona blancas y torso desnudo, los adolescentes con el tatuaje en el homóplato, los jóvenes que se quedan atrás de todo en el campo, los de 25 en adelante que se ubican en las primeras butacas; y los que van con sus hijos.
Hay que decirlo: ninguno de los músicos que integran el grupo es un virtuoso. Pero el frotman es Andrés Ciro. El cantante tiene una mirada que atrapa (una mirada de loco, que parece que en cualquier momento va a matar a todos). Es sencillo, no tiene una gran voz, pero mueve al público a su antojo. Posee la cualidad que no se compra ni con todo el dinero del mundo (y que es difícil de explicar): tiene carisma.
Andrés Ciro es ya un rockero maduro y no recuerdo una frase suya en la que haya querido llamar la atención, hacerse la estrella.
Decía que ir a verlos fue como volver a la adolescencia: con Pao saltamos durante las dos horas y media que duró el show, bailamos al ritmo de los temas viejos y actuales (Chac tu chac, Basta de penas) y nos tomamos una Coca Cola de medio litro en el trayecto a la parada del colectivo. Hasta ahí fuimos caminando muy despacito, porque nos dolían las piernas.
En medio de la multitud, cuando el calor era insoportable, nos dimos cuenta que no habíamos llevado nada para atarnos el pelo. Por suerte, Pao lo resolvió: sacó de su mochila breteles de corpiño (¿?) e improvisó unas colitas que nos ayudaron a combatir el calor.
Antes de llegar a casa tiramos una moneda para ver quién se bañaba primero. Perdí.
El lunes fui a verlos, esta vez en vivo: pasaron 10 años de aquella primera imagen y hay en el mercado seis discos más. No tengo ninguno en mi haber, aunque en la casa de mis padres debe estar el casette (¡cuánto hace que no escribía la palabra casette!) de Ritual, que me regaló para un cumpleaños un compañerito de folklore.
Fui con mi amiga Pao, una seguidora de Los Piojos de la primera hora. Justo acabábamos de prender un cigarrillo, cuando un chico se dirigió hacia ella:
-¿Me das una seca?
-Si, tomá.
-No, no me entendiste. Te pregunto si tenés una seda.
-Ahhh. No, no tengo.
-¿Y me das un besito?
Pao le dijo que no, aunque a la salida del Luna Park me confesaría que le gustó el muchacho en cuestión, un piojoso de pies a cabeza.
Ir a ver a Los Piojos fue como volver a la adolescencia. La banda ganó una popularidad tal que, sin hacer ninguna prensa, llenó tres Luna Park. Eso no sólo muestra que ahorran dinero: también suman una cantidad de fanáticos incalculable.
Y si algo tienen es que unen a gente de todos los sectores sociales. También, de todas las edades. Están los púberes con zapatillas de lona blancas y torso desnudo, los adolescentes con el tatuaje en el homóplato, los jóvenes que se quedan atrás de todo en el campo, los de 25 en adelante que se ubican en las primeras butacas; y los que van con sus hijos.
Hay que decirlo: ninguno de los músicos que integran el grupo es un virtuoso. Pero el frotman es Andrés Ciro. El cantante tiene una mirada que atrapa (una mirada de loco, que parece que en cualquier momento va a matar a todos). Es sencillo, no tiene una gran voz, pero mueve al público a su antojo. Posee la cualidad que no se compra ni con todo el dinero del mundo (y que es difícil de explicar): tiene carisma.
Andrés Ciro es ya un rockero maduro y no recuerdo una frase suya en la que haya querido llamar la atención, hacerse la estrella.
Decía que ir a verlos fue como volver a la adolescencia: con Pao saltamos durante las dos horas y media que duró el show, bailamos al ritmo de los temas viejos y actuales (Chac tu chac, Basta de penas) y nos tomamos una Coca Cola de medio litro en el trayecto a la parada del colectivo. Hasta ahí fuimos caminando muy despacito, porque nos dolían las piernas.
En medio de la multitud, cuando el calor era insoportable, nos dimos cuenta que no habíamos llevado nada para atarnos el pelo. Por suerte, Pao lo resolvió: sacó de su mochila breteles de corpiño (¿?) e improvisó unas colitas que nos ayudaron a combatir el calor.
Antes de llegar a casa tiramos una moneda para ver quién se bañaba primero. Perdí.
3 comentarios:
Mirá que me he sorprendido con cosas que llevan las mujeres en sus carteras, pero ¡¡breteles de corpiño!! Es como llevar cordones de zapatillas, cinturones o un par de medias de mas. Siempre se aprende algo nuevo... Muy buena crónica.
Buena crónica, aunque a mí no me gustan los Piojos, como dice Enrique Symns: "Son un grupo de empleados públicos que hacen música".
La primera vez que los fui a ver, fue porque me encontré una entrada tirada en la calle, frente a la estación de Once. Presentaban Ritual en Obras y le dedicaron un tema al Potro Rodrigo que se había muerto hacía unos días... Pobre Rodrigo, y pobre el que perdió la entrada.
Es muy bueno lo que decís. Nunca había pensado en que Ciro no se hace la estrella, pero es cierto. Donde otros habrían hecho escándalo tras escándalo, él mantiene el bajo perfil.
¡Ni siquiera anuncian los recitales! (debería decir "anunciaban" pero no me resigno a que no existan más Los Piojos y me aferro a la idea de que "se están tomando un tiempo...").
Lo que te discutiría es el tema del carisma. No sé qué tiene Ciro pero emana una mala onda increíble.
Es innegable que disfruta de lo que hace, pero a veces pareciera que hacen el recital para ellos mismos y a los demás nos dejan escuchar si no molestamos.
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