
Me encanta cuando llega la temporada primavera/verano y las vidrieras se llenan de soleritos de todos los colores y todos los modelos. Y me fascina más cuando viene la temporada verano/otoño y todos ellos están más baratos, en liquidación.
Obviamente, me hubiese encantado que algún muchacho me escribiera la canción "Un vestido y un amor", de Fito Páez. Pero como no pudo ser, yo me conformo con usar vestiditos. Son simples, y hacen que una se vea bien con poco. Una se ve fresca.
Por si fuera poco, la moda progresó tanto que ahora hay unas polleras que sirven como tales, pero también se hacen vestido. Para que los hombres entiendan: son como los Transformers. Son reversibles y son magníficas.
Todo esto viene a cuento porque estoy enamorada de una de esas pollera-vestido, que descansa en una vidriera de un negocio que está por la calle Medrano: paso por ahí y se me cae la baba. Y sé que no me lo puedo comprar, pero paso igual y lo miro. Sí: soy masoquista. Eso me hace recordar que también me enamoré de un vestidito que vi en un puestito en Cabo Polonio: fue un amor a primera vista que no pudo concretarse por diferencias económicas. El era de una clase mucho más alta que la mía. Y después dicen que para el amor las diferencias sociales no son una traba...