
Julieta y Micaela tienen 5 y 2 años y son, desde mi punto de vista, dos sonrisas eternas que caminan por la vida. Julieta y Micaela pertenecen al universo infantil y, en cada contacto que tengo con ellas, tienen un acto de generosidad: me incluyen en él, sin importar momento ni lugar.
Tengo que aclararlo, el amor que siento por ellas es infinito.
¿Acaso hay algo más lindo que una sonrisa? Me refiero a esa risa espontánea: estirar la comisura de los labios y mostrar los dientes en señal de alegría, de simpatía y hasta de timidez. Julieta y Micaela sonríen –me sonríen- y queda claro que no hay nada igual. Y eso que regalan los mejores abrazos que puedan existir.
Julieta y Micaela son hermanas, pero son muy distintas. Juli es morocha, tiene el pelo ondulado, come poquito y tiene un carácter bravo. Es hermosa, sí, pero rezonga, protesta, contesta y a veces miente. Es hermosa.
Juli se levanta de mal humor: el otro día la llamé y me dijo que mejor me pasaba con su mamá. “Hoy no tengo ganas de hablar”, se justificó. Toma los lápices con su mano izquierda y tiene una inteligencia asombrosa, que se basa, además, en sentimientos: cuando su abuela se enfermó, ella -que no recibió información en palabras sobre el tema- sólo se dedicó a mimarla. Era lo que su abuela necesitaba.
Podría ser entrevistadora, tranquilamente. Pregunta por qué: por qué me gusta tal o cual remera, por qué la perra Luisa se llama así, por qué vivo en otra ciudad, por qué trabajo. El otro día estaba mirando Los Simpson y me preguntó qué quería decir cambiar de opinión. Tiene 5 años.
Mica es rubia, tiene ojos celestes, el pelo híper lacio. Come mucho y es derecha. Da besos, muchos besos, todos los que uno le pida. Es la dulzura en un cuerpito humano. Es hermosa y todo la cohíbe, todo le da miedo, todo la intimida. Me da temor que en un futuro sea muy permeable. Es hermosa.
Mica es muy chiquita y parece que no quiere dejar de serlo: se demora en aprender a hablar y también en dejar de usar pañales. Al menos, sabe decir Aye.
Ser niño es tener la impunidad de poder hacer cualquier cosa. Y hacerlo precisamente con la justificación de ser niño. Cuando las veo (mucho menos de lo que quisiera) me acuerdo de lo que es jugar, inventar, crear. Y con ellas paso por diferentes profesiones: a veces soy clienta de un restaurante, a veces vendedora de un almacén, a veces maestra, a veces alumna, a veces futbolista y a veces armadora profesional de rompecabezas.
Julieta y Micaela pueden ser dos nenas como cualquiera, pero para mi, son mis soles. Son las hijas de Vero, mi hermana del corazón. Yo las amo.