viernes, 28 de diciembre de 2012

AL CANDOMBE, CON CARIÑO Y MUCHO AMOR

La otra vez pensaba en la utilización de las palabras y en su sentido. Pensaba que las palabras toman significado propio y representan algo de acuerdo a un contexto, una situación puntual, un momento histórico, una época, diferentes tradiciones. Las palabras pueden tener una acepción diferente según cada persona.

Me refiero al lenguaje en general, ya sea oral o escrito o visual. Hablo de las palabras sueltas o unidas en forma de frases.

Trabajar puede ser una cosa para mí, que formo parte de determinado sector social, que tuve determinadas posibilidades de acceso a diferentes situaciones que me formaron, que integro determinada familia. Supongamos que para algunos trabajar es cumplir una actividad laboral, en relación de dependencia o de independencia, por la cual perciben dinero. Esa actividad les demanda una cantidad de tiempo y por ese tiempo cobran un salario.

Supongamos que para otros trabajar es limpiar su casa y no cobrar por ello; o cumplir una actividad voluntaria; o lo que para algunos otros significa robar: ir, sacarle la billetera y el celular a personas, en un rango horario. “Chau, me voy a laburar”, puede decir esta persona antes de salir de su casa para cumplir esa actividad.

Pensaba en las representaciones. Lo que hoy es embarazo adolescente, antes no era nada. ¿O nuestras abuelas no eran madres antes de los 18? Lo que hoy es pedofilia, antes tampoco tenía esa denominación. ¿O nuestros abuelos y/o bisabuelos no se casaban con adolescentes? ¿O en el pasado las familias no arreglaban matrimonios y obligaban a sus hijas a casarse con hombres bastante más grandes?

A lo que voy: cada uno tiene su propio diccionario. Y hay grupos de gente que le dan los mismos significados a las palabras que usan, las situaciones que viven. Lo digo así, suelta: al carajo con la Real Academia española, que pretende transformarse en la legitimadora de un lenguaje que representa vaya a saber a quién.

No existís, Real Academia.


***

En fin. Esta introducción es para referirme a la felicidad. A la felicidad como estado grande de satisfacción, como sensación de placer, sin idealizaciones. A la felicidad como sentimiento real. A lo que representa la felicidad para mí.

Al candombe como felicidad.

A los tambores, a la danza, a la energía alegre que circula en el ambiente, al compartir. Al piano, al chico y al repique, que funcionan sólo unidos, y al sonido que generan. O a lo que genera el sonido.

A las reuniones y a las uniones. Al baile y a las bailarinas: a los pies que amasan el piso, a los movimientos circulares, a las caderas que hacen ochos, a los pechos abiertos, a las miradas de guerrera y a la seducción. A los diferentes estilos y a las complicidades que generan. O a lo que generan las complicidades.

A la efervescencia colectiva que menciona Luis Ferreira. A eso de los estados especiales de conciencia, a los niveles de energía sostenidos, a la forma de elevación espiritual. Al candombe como estado de libertad.

Al descubrimiento que fue todo esto para mí este año, una temporada en la que me di cuenta que tenía a la felicidad ahí, tan fácil, a un pasito. Resulta que bastaba con que sonaran tres tambores y se pudiera bailar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por regalarnos un poco de esa felicidad!!

Random

ale dijo...

Que felicidad! Gracias amiga por estas paralabras...la felicidad està siempre allì, a un pasito.
La proxima vez que voy pa'allà quiero bailar contigooooo