sábado, 23 de abril de 2011

HERENCIAS

No pienso en un departamento o en joyas, en una pieza de antigüedad o en un seguro de vida: las sucesiones económicas quedan fuera de los márgenes de este post.

Pretendo remitirme a las otras: las que tienen que ver con tener los ojos del abuelo, el talento para cocinar de la tía Tita, el espíritu rebelde del tatarabuelo o el carácter de papá.

Y más, en realidad, porque los legados son también cuestiones que circulan por nuestro ADN y que hacen que nuestro círculo de gente y nosotros mismos nos reconozcamos en un otro.

Por supuesto, las herencias más fáciles de detectar son las que nos enorgullecen. Vaya ególatras, ¿no? Ahora, ¿esas características nos gustan en nosotros porque la heredamos de otro al que admiramos? ¿O admiramos a otro porque tienen eso que nos hace querernos a nosotros mismos?

Qué lindo es heredar y disfrutar de los beneficios de las seguridades, las cualidades bondadosas, las bellezas, los talentos específicos, las alegrías, las perseverancias.

El tema es que hay, claro, cesiones beneficiosas y otras que no. Y lamentablemente las que no lo son se filtran entre las que sí para molestar un poco: son parte integral del combo.

Las herencias nocivas en general no se eligen conscientemente. Incluso, en ciertas ocasiones uno no logra identificarlas. Hasta que aparece un leve malestar, que se transforma en una especie de granito que va creciendo. Ojo: cada persona hace su interpretación de qué cualidades son negativas y cuáles no.

Qué complicado es heredar y padecer los perjuicios de las depresiones, las melancolías, los egoísmos, las soberbias, las incapacidades afectivas, las inseguridades, los miedos.

Y mirar a los otros y reconocerlos ahí, delante de tus narices. Y que ese disfrute nadando entre eso, y vos no. O viceversa.

1 comentario:

Juan dijo...

Lindo post. Gracias por ilustrarlo con mi dibujo.
Cariños
Juan