lunes, 28 de julio de 2008

SEGUIR


Estoy cansada. Agotada. No tengo ideas o, mejor, no tengo ganas ni siquiera de generarlas. Hoy, en el archivo de la computadora, encontré algo que escribí hace unos cinco años atrás. Estaba guardado con el título "SEGUIR". Lo releí: jamás lo voy a seguir, así que lo publico acá (y mientras gano tiempo para ver si se me ocurre algo).




En el mundo de Juri no existían los abrazos. No había lugar para sonrisas, para muestras de cariño, para sacar a flote esos rincones del alma que salen a flote cuando uno es feliz. El mundo de Juri se remontaba a momentos alegres, pero tenía una particularidad: él mostraba los dientes sólo cuando salía el sol.
El sol, esa bola amarilla, ese círculo luminoso, a veces chiquitito y otras enorme, lo despertaba entonces y Juri reía, mostraba sus dientes como un acto único en su vida. Y decía, con el entusiasmo que dicen todas aquellas personas que no superan los 5 años y el metro 20 de estatura, que entonces sí, que ya estaba listo para salir a jugar a la pelota.

----------------------------------

“Yo festejo los goles solo –me empezó a contar su historia desde la ventana de aquella pieza oscurita que habitaba--. Igual no hago muchos, eh. Incluso a veces los esquivo. La tiro afuera o le doy con el empeine cuando sé que si le pego con la cara externa va a ser un golazo”.
Desde esa ventana yo hacía esfuerzos para observarlo, porque casi no lo veía. Por mi edad, mi visión no era la mejor, pero además Juri no era alguien extrovertido, sino todo lo contrario. Siempre estaba escondido bajo esa cama desordenada, repleta de ropa sucia, como si no tuviese nada para mostrar.
Juri hablaba y su voz se escuchaba triste, melancólica. Le costaba modular y era evidente que no conversaba a menudo, porque también tenía dificultades para expresarse. “A mi me cae bien ese... Ese... –quería decirme algo y no le salía--. Esos tres palos... ¿Cómo se llama?”. “¿Aquel arco?”, pregunté yo, señalando la canchita que se veía allá a lo lejos, cerca, muy cerca del lugar donde veíamos por última vez el sol. “Si, el arco. Ese arco. Creo que ahí si puedo llegar a tener ganas de hacer goles. Porque si los hago ahí, me puedo morir tranquilo: es el lugar donde se esconde el sol. Me iría con él y no volvería más”.


Yo fui testigo, desde al lado de la pieza oscurita. El lugar en donde dormía ese chico pecoso, el de los mocos en la nariz, el de la ropa rotita. Desde ahí vi cómo Juri durmió en su pecho esa pelota que bajó del cielo y sacó el zurdazo. El zurdazo que se clavó en el ángulo y rompió la red. Me esforcé y vi más. Vi que Juri se sacó los botines y se fue caminando con la cabeza gacha, sin abrazos y sin sonrisas. Iba hacia el sol.

--------------------------------

Hoy lo vi en la tele, porque mi hijo me conectó el codificado. Ya nadie lo llama Juri y yo no puedo afirmar que es él, porque ya no le cuelgan los mocos y no está en la pieza oscurita. Dice mi mujer que ahora todos le dicen el Burrito Montega. Entonces fui y me puse los anteojos. No hay dudas: es él. Ayer hizo un gol y desechó abrazos, se olvidó de las sonrisas. Se ve que sus compañeros ya lo conocen porque no fueron a saludarlo. Lo dejaron solo. Y él miró para arriba y señaló el sol.

1 comentario:

vero dijo...

Querida amiga! Lamento mucho que estes cansada,porque tus seguidores no vamos a poder disfrutar de tus hermosas palabras.Te quiero