
Escuchame... Ponete la camiseta, eh. Transpirala. Andá y comete la cancha. ¿Lo viste el otro día al Kun Agüero? En 15 minutos se comió la cancha. Quiero que hagas lo mismo. Y ojo, que te conozco. No te hagas ningún gol en contra, boluda, eh. Si se te complica, nada de salir jugando, de pasársela al arquero. La despejás y punto, te armás de abajo otra vez. No te metas en quilombos en tu propia área.
Ya sabemos cómo es él. Acordate: vos manejá la situación. Sé árbitro de tu propio partido. Si él la caga, le sacás la roja. Pero los tiempos los manejás vos. Pensá que sos como la FIFA: ponés las reglas.
Sabemos que muchas veces el rival se transforma en un Messi y te sorprende en cualquier momento. Por eso, vos tranquila, atenta. Seguilo, marcalo, de cerca. Y si se te escapa, le ponés la pierna fuerte, que sienta un poquito la presión a ver qué pasa. Tenés que ser tiempista, como Passarella, como Demichelis, viste...
¿Juegan en cancha neutral? ¿Sos local? Perfecto. Hacé jugar al público a tu favor. Y tené en cuenta que la experiencia pesa, podés usarla también. Si es necesario, tirásela encima. Camiseteala, loca. Mística, mística.
Si necesitás que te acompañe al bar, me avisás. Que voy con los trapos y no para de cantar: “Ohhh, sos un sentimiento, no puedo paraaaaar”. Vamos, fuerza, la hinchada está con vos. Ya estás en octavos.
Vamos, vamos, tranquila. Con calma. Estás jugando tu propio Mundial, campeona.