La otra
vez pensaba en la utilización de las palabras y en su sentido. Pensaba que las
palabras toman significado propio y representan algo de acuerdo a un contexto,
una situación puntual, un momento histórico, una época, diferentes tradiciones.
Las palabras pueden tener una acepción diferente según cada persona.
Me
refiero al lenguaje en general, ya sea oral o escrito o visual. Hablo de las
palabras sueltas o unidas en forma de frases.
Trabajar
puede ser una cosa para mí, que formo parte de determinado sector social, que
tuve determinadas posibilidades de acceso a diferentes situaciones que me
formaron, que integro determinada familia. Supongamos que para algunos trabajar
es cumplir una actividad laboral, en relación de dependencia o de independencia,
por la cual perciben dinero. Esa actividad les demanda una cantidad de tiempo y
por ese tiempo cobran un salario.
Supongamos
que para otros trabajar es limpiar su casa y no cobrar por ello; o cumplir una
actividad voluntaria; o lo que para algunos otros significa robar: ir, sacarle
la billetera y el celular a personas, en un rango horario. “Chau, me voy a
laburar”, puede decir esta persona antes de salir de su casa para cumplir esa
actividad.
Pensaba
en las representaciones. Lo que hoy es embarazo adolescente, antes no era nada.
¿O nuestras abuelas no eran madres antes de los 18? Lo que hoy es pedofilia,
antes tampoco tenía esa denominación. ¿O nuestros abuelos y/o bisabuelos no se
casaban con adolescentes? ¿O en el pasado las familias no arreglaban
matrimonios y obligaban a sus hijas a casarse con hombres bastante más grandes?
A lo
que voy: cada uno tiene su propio diccionario. Y hay grupos de gente que le dan
los mismos significados a las palabras que usan, las situaciones que viven. Lo
digo así, suelta: al carajo con la Real
Academia española, que pretende transformarse en la
legitimadora de un lenguaje que representa vaya a saber a quién.
No
existís, Real Academia.
***
En fin.
Esta introducción es para referirme a la felicidad. A la felicidad como estado
grande de satisfacción, como sensación de placer, sin idealizaciones. A la
felicidad como sentimiento real. A lo que representa la felicidad para mí.
Al
candombe como felicidad.
A los
tambores, a la danza, a la energía alegre que circula en el ambiente, al
compartir. Al piano, al chico y al repique, que funcionan sólo unidos, y al
sonido que generan. O a lo que genera el sonido.
A las
reuniones y a las uniones. Al baile y a las bailarinas: a los pies que amasan
el piso, a los movimientos circulares, a las caderas que hacen ochos, a los
pechos abiertos, a las miradas de guerrera y a la seducción. A los diferentes
estilos y a las complicidades que generan. O a lo que generan las
complicidades.
A la
efervescencia colectiva que menciona Luis Ferreira. A eso de los estados
especiales de conciencia, a los niveles de energía sostenidos, a la forma de
elevación espiritual. Al candombe como estado de libertad.
Al descubrimiento que fue todo esto
para mí este año, una temporada en la que me di cuenta que tenía a la felicidad
ahí, tan fácil, a un pasito. Resulta que bastaba con que sonaran tres tambores
y se pudiera bailar.
2 comentarios:
Gracias por regalarnos un poco de esa felicidad!!
Random
Que felicidad! Gracias amiga por estas paralabras...la felicidad està siempre allì, a un pasito.
La proxima vez que voy pa'allà quiero bailar contigooooo
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