viernes, 5 de diciembre de 2008

VARIAS PALABRAS FORMAN UN TEXTO

Qué fácil es darse cuenta de que algo tiene magia. De que se trata de algo o de alguien, pero la magia está. Se respira.

Ella creía que estaba triste (y en realidad eso era así): había algo de insatisfacción, una sensación a nada. Y un ruido de tic tac: el tiempo que pasaba, pero no dejaba surcos. Ella es el mismo que ahora tiene un fernet con Coca Cola en la mano, en un bar que reúne gentes varias. El Bar de Roberto.

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La situación es insólita, piensa ella, ya subida en un colectivo que está lo suficientemente lleno como para saber que el viaje lo hará sin poder sentarse. Insólita, piensa ella, ya borracha, aunque tan solo haya tomado un fernet con Coca Cola. Debe ser la edad: 38 años que pesan como si fuesen el doble. Otra vez el tic tac. Son las 23.53 de un día más: uno de los tantos que pasaron y no dejaron huella.

Hubo una reunión con dos personas, una charla que incluyó un intercambio de historias personales. Palabras divinas: conexión entre gente nueva.
La voz de Carlos Gardel sale de algún lugar y rodea las mesas viejas, las sillas de antaño. En la barra, un mozo simpatiquísimo prepara un sandwich de jamón crudo y queso en pan figazza. Termina Gardel y suena el Polaco Goyeneche, después un tango que ella no conoce. El fernet con Coca Cola se va vaciando. Las dos personas son pareja y comparten una cerveza. El Bar de Roberto es nuevo, un sitio desconocido.

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Un muchacho entra al lugar desconocido, pero ella tiene memoria para los rostros. No sabe por qué, pero recordar miradas, ojos, facciones, gestos y sonrisas le resulta mil veces más sencillo que acordarse de hechos, de fechas. Un día fue a ver a Andrea Prodan en vivo y él, con su banda, fue telonero del hermano del gran Luca. Está ahí.

Recuerda esa situación, esa música, y piensa: "Hay magia". El Bar de Roberto tiene magia. Toma primero y come después: el fernet hace efecto. Entonces charla, se hace la que escucha, pero en realidad no. La pareja le habla y ella se da cuenta de que El Bar de Roberto es su lugar: que quiere estar ahí, que quiere ir con amigos, que quiere invitar al muchacho que le gusta, aunque en realidad no sabe si le gusta, pero lo que sí sabe es que él tiene novia, porque además últimamente todos los que le gustan tiene novia, y sin embargo piensa que lo puede invitar igual. Aunque sea bastante más joven. A él le va a encantar este lugar.

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Ella creía que estaba triste, pero no. El Bar de Roberto fue una realidad y ella está cerca. Muy cerca. En un tiempo, quizá la distancia entre ese lugar y el suyo sea de apenas unos trescientos metros. Piensa todo eso mientras se toma un helado de dulce de leche con nuez y sambayón, en un barrio que no es suyo, pero que el sueño es que algún día lo sea: el sueño es sentir que un lugar le pertenece. Tira la cucharita y le da lengüetazos. Disfruta el cucurucho que le costó siete pesos en una heladería que está a dos cuadras del Bar de Roberto.

El colectivo frena de golpe. El impacto se siente. Ella acomoda ideas: creía que estaba triste.

2 comentarios:

PABLO U dijo...

Estás escribiendo bien.

Inés Lerda dijo...

me sumo (tarde) al comentario de arriba.