viernes, 23 de octubre de 2015

LA OBSESION POR ERIC: TODA UNA SEMANA MIRANDO GOLES



-¿Cuál fue tu mejor momento?
-No fue un gol. Fue un pase.
-¿Un pase? Ya sé, a Irwin, contra los Spurs.
-Sí. Fue un regalo. Una ofrenda al gran Dios del fútbol.
-¿Y si lo hubiera errado?
-Tenés que confiar en tus compañeros. Siempre. Si no, estamos perdidos.

El muchacho de la foto de acá abajo es, en realidad, un hombre grande: ya tiene 49 años. Es Eric Cantona, ex futbolista francés, un crack endemoniado y víctima de sus propios fantasmas; con cucos tan inmensos que el episodio que lo hizo conocido mundialmente fue una patada voladora a un hincha. Bah, al menos por eso lo conocía yo.

Por eso y porque sabía que era delantero y goleador y carismático y que usaba el cuello de la camiseta para arriba como marca distintiva.

El diálogo pertenece a la película Looking for Eric, en la que Cantona actúa de él mismo: es algo así como un ángel de la guarda para un protagonista con una vida perdida. Es esta la película que desató la obsesión que tengo por estos días: mirar y mirar goles de Cantona en Yuotube.

Así ando: me despierto y pongo en el celular los 82 goles de Cantona en el Manchester United, desayuno y observo en la computadora los videos que lo muestran como un bad boy. Play, play y play: Cantona, crazy moments.

Cada uno con sus obsesiones.

Resulta que descubrí al Cantona jugador. Entre principios de los ’80 y fines de los ’90 (el periodo en el que Cantona fue futbolista), yo disfrutaba de mi niñez y empezaba a mirar fútbol, pero local. Ahora me doy cuenta que estaba pelotudeando con el Betito Carranza y la Chancha Mazzoni y me estaba perdiendo a Cantona.

Sigo mirando goles. Ese que la baja de pecho y le pega de volea; el bombazo desde afuera del área; el de cabeza, llovido, para que se meta por atrás del arquero; uno que se mete en el área eludiendo rivales para después picarla pegadito a la línea de gol.

Me parece increíble que ningún gol de Cantona –un Cantona con poca pinta de futbolista- es fruto de la casualidad. En cada pelota que se mete adentro hay un proceso de toma de decisión que dura milésimas de segundos, pero que determina la calidad: en ese periodo ínfimo de tiempo él elige cómo ubicarse, cómo pegarle y dónde meterla.

Le cuento a la China, mi compañera de trabajo, esta obsesión que padezco y se ríe, pero después me aporta un dato que completa mi fanatismo. Cantona participó en aquel intento de hacer un sindicato de futbolistas con el objetivo de defender los principios fundamentales del fútbol y salvaguardar los derechos morales y sociales de los futbolistas. Reo, francés, provocador, carismático, talentoso y sindicalista.

“No juego contra un equipo, juego contra la idea de perder”, dijo alguna vez. Y también opinó sobre la pasión: “Si solo tenés una pasión en la vida -el fútbol- y la practicás al punto de excluir todo lo demás de tu vida, se vuelve algo muy peligroso. Cuando dejás de hacer esta actividad, es como morir. La muerte de esa actividad, es la muerte en en sí misma”.

Gracias por la compañía de estos días, Eric. Y ya sé, no sos un hombre. Sos Eric Cantona.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

LAS INFIDELIDADES, DIEGO MILITO, UN SUPER YO CASTRADOR Y RACING: UN SUEÑO CON FINAL DE CAMPEÓN

Soy una garca. Ya le robé el novio a una amiga que quiero mucho y me jacté de eso delante de ella y ahora engaño a ese pibe. Ahora soy la novia de Diego Milito. Soy una infiel a cuerdas.

Cuando me despierte de este sueño que parece gracioso pero que es perturbador voy a sentir una angustia profunda. Pero ahora lo tengo a Diego al lado y simulo que lo miro contenta cuando en realidad siento desagrado: Milito me parece feo.

Nos acariciamos, él está enamorado de mí y yo le hago creer que también. Pero no, Diego: oculto que tus ojos grandes no me atraen, que no me gustan los flacos, que jamás sentí por vos una gota de admiración en tu carrera como futbolista. Te miro las piernas. Tenés un lunar grande en una de ellas. Y me despierto.

***

El amor que siento por Racing nació cuando el Mago Capria empezó a jugar en el club. Es parte de las simpatías de una adolescencia atravesada por la adicción al fútbol. En eso pienso cuando me levanto y busco en los orígenes del sueño para tratar de entender: por qué Milito, por qué Racing.

Aparece Capria y sus ojos hermosos, y la camiseta con la publicidad de Rosamonte. Y se cruza un novio que tuve, que tenía ojos claros, un proyecto de panza más grande que la del Mago Capria y un fanatismo por Racing que me enamoraba.

A él no lo cagué. Lo acompañé a ver a Racing algunas veces y lo hice con el deseo de que el equipo ganara. Canté por Racing, estuve en el paravalanchas, comí choris en la puerta del Cilindro y me atrapó el encanto de los mitos que rodean a Racing.

En ese entonces, Milito era parte del equipo.

***

Un poco le resumo todo eso a Patricia en esta sesión de análisis que tenemos todos los jueves a la mañana. Me pregunta qué sé de Milito.

Debutó en Racing, era un delantero burro, burro es malo, jugaba mal, era rápido pero atolondrado, le faltaba madurar y tenía un hermano bueno, el Milito bueno, el que jugaba en la selección juvenil y era campeón y defendía tan tan bien que le decían Mariscal como a Perfumo, y Diego en Racing y Gabriel en Independiente, y Diego pelo lacio y Gabriel rulitos, hasta que Diego se fue a Europa y empezó a crecer tanto tanto tanto que acá llegaban noticias de que hacía goles todos los partidos, en los equipos chicos en los que estaba terminaba como goleador, en Italia la rompía, y la rompió tanto que pasó a un equipo grande como el Inter y ganó ligas y champions y entonces dejó de ser el burro burro burro para ser el Milito bueno. El Milito respetable.

Patri dice "milito viene del verbo militar, ¿no?". Y agrega que ella lo vio en estos días por la tele. Claro, Patri. Milito volvió y ahora Racing puede ser campeón.

***

Racing. Racing y su hinchada y el mito boludo de hacer del sufrimiento un goce y una jactancia insólita. Racing y un fanatismo para el diván. Racing y las veces que fui a la cancha, el gol de Bedoya a River que grité con todo en plena popular de River porque mi tío que era gallina me llevó ahí, la emoción que sentí por el campeonato de 2001 y aquellas dos canchas llenas.

Racing y las notas que hice por y para Racing: porque Racing me gustaba. Racing y un novio hincha de Independiente que se hacía mala sangre porque yo quería a Racing. Racing y los hinchas famosos, Perón, Pelé, Sean Connery. Y John Lennon, una nota que disfruté muchísimo, y en la que Bobby Flores me aseguró que vio un video en el que Lennon, en la previa a la Intercontinental contra el Celtic, decía que gustaba de Racing:

"Espera, ¿cómo se llama el equipo que juega contra el Celtic? ¿Racing? Ey, ¡me gusta Racing! ¡Viva Racing! ¡Soy de Racing!".

A Racing lo dirigió el Diego, viejo.

***

Soñé con Diego Milito días antes de la consagración de Racing. No sé si alguna vez seré su novia, pero dejo la puerta abierta: he tenido sueños que después cumplí.

Ese día me dolió el pecho. Me sentí una hija de puta por la crueldad de cagar y cagar a gente que quiero. Apareció un súper yo juzgador y castrador que me dolió, pero también me sirvió para repensar algunas cuestiones.

Apareció también un poquito de la hincha de Racing que tengo adentro. Ahora lo puedo contar. Ahora Racing ya es campeón.

miércoles, 27 de agosto de 2014

BUENA ERA MI VIEJA (Serie de dialoguitos futboleros)


-Gordo, amor, escuchame. Estoy pensando algo desde hace días y no me lo puedo sacar de la cabeza.
-Decime... -¿Viste que nosotros ya hace nueve años que estamos de novios?
-Ehhhhhssssé.
-Te acordás. Nos conocimos en un baile en Independien...
-(interrumpe). Ya me la sé de memoria a la historia. Decime.
-Sí, sí. Que vos al principio no querías, pero nuestras familias se conocían...
-¿Me decís? -No, bueno. Nueve años de novios. Y bueno, en algún momento vamos a convivir, ¿no?.
-Ehhhhhssssé.
-También, imagino, proyecto, Gordo, que en algún momento vamos a tener un hijo.
-¿Adónde querés llegar, Mariela?
-No, que el otro día estaba pensando... ¿Sos consciente de que podemos llegar a concebir un crack?
-...
-En serio te digo. No sé si vos te das cuenta de eso.
-...
-¿Lo pensaste alguna vez?
-...
-Un crack. No sé, un Messi, un Ronaldinho, un pibito de esos que ya de chicos la rompen, que todos hablan de ellos. Vos sabés a qué me refiero.
-...
-Un crack. Como Agüero. Y que entonces de grande sea futbolista. Y juegue en los mejores equipos del mundo.
-...
-Imaginate. Imaginate cuando un periodista le haga una nota y le pregunte: “¿Y vos de dónde heredaste el talento? ¿Tu papá jugó al fútbol?”
-...
-¿Lo pensaste?
-...
-¿Te lo imaginás? Mi bebé ahí, respondiendo: “No, mi viejo no... Buena era mi vieja”.

sábado, 22 de marzo de 2014

UNAS LINEAS PARA GASTON


Cuando lo veo a Gastón siento que la amistad es un viaje.

No sé bien por qué, pero él fue la primera persona en la que reparé cuando teníamos seis años y yo llegué a sumarme a primer grado en una escuela nueva en una ciudad nueva.

Recuerdo que sus ojos me parecieron muy muy grandes y tímidos, y ahora que lo pienso creo haber sentido que encerraban algo que me parecía una contradicción: siempre creí que es más fácil esconderse atrás de ojos chiquitos.

Para mí, Gastón encerraba ahí cierta tristeza.

Enseguida se transformó en mi mejor amigo. Venía a jugar a mi casa y era incondicional. Eso sí, siempre estaba callado. Ahora mismo no logro recordar frases que me haya dicho en aquella época, ni cuál era su voz en la niñez, o no tengo frescas algunas anécdotas que él me cuenta. Pero estaba a mi lado.

Están las fotos, en las que aparecemos juntos con guardapolvo, en festejos de cumpleaños, con caballos cerca o vestidos con ropa antigua en actos escolares.

Cuando teníamos 11 años yo me mudé otra vez y él se quedó en el pueblo, y nos perdimos. O no: yo le escribí una carta que él nunca me contestó. Hasta que volví, tres años después, y lo fui a buscar. Llegué a su casa y vi a un Gastón con pelos en el bigote y los mismos ojos grandes de siempre. Apenas me pudo decir hola y casi ni contestó algunas preguntas que le hice, invadido por la introversión. Así que me fui.

Hace un año visité Valle Hermoso otra vez. Habíamos tenido con Gastón algunas charlas por chat gracias a un reencuentro a través de Facebook. El se había ido a vivir a Córdoba capital hacía poco tiempo, pero fue hasta Valle para que cenáramos y yo viajé a verlo, a conocerlo, a charlar.

Hicimos una caminata nostálgica por las calles de tierra que no cambian y con las sierras de fondo. Pasamos por la escuela a la que habíamos ido, por su casa de la infancia, por la iglesia donde habíamos tomado la comunión y por el salón de fiestas donde habíamos festejado después. Todo estaba –todo está- igual.

Gastón, no. Gastón estaba ditinto. Sus ojos me parecieron menos grandes y lo vi tímido, pero más suelto. Hablamos de algunas heridas que compartimos con silencio en la niñez y de los sueños: de las cosas que queríamos hacer en nuestras vidas actuales. Fue un encuentro breve y hermosamente cálido.

Ahora, Gastón vino a Buenos Aires. Esta vez se movió él. Desde que le abrí la puerta de mi casa lo noté contento. En una semana nos pusimos al día con una naturalidad mágica: podemos no vernos durantes años, pero cuando nos encontramos circula una confianza que parece que no existiera la distancia.

En estos días que estuvo acá y lo vi, fui feliz por él. Porque Gastón ya no es retraído ni se lo ve triste ni está callado al lado mío. Gastón se mudó, cambió de trabajo, tiene otro look, reconstruyó su vida y ahora, además, viaja.

Ahora incluso tiene ojos tamaño normal. ¿O no?

viernes, 31 de enero de 2014

DESEO (Jugar a escribir)*

                                Foto de Nacha Luna.

Los muebles estaban bien distribuidos. La decoración no estaba sobrecargada, los colores acompañaban la calidez y de la estufa salía calorcito: todo me hacía sentir cómoda. Es un lindo departamento, pensé. Dos ambientes, un balcón generoso y un día de invierno que ahí, en las alturas, se sufría menos. La luz del sol entraba fuerte por la ventana. Mientras miraba cómo ella ponía la pava reparé en el piso de madera y anoté mentalmente que esa podría ser una buena refacción para mi casa: algo cálido y hogareño.

No me lo esperaba. Ahí mismo, sin anestesia, me preguntó si yo tenía deseos. Me pareció una pésima manera de romper el hielo y se notó, claro, porque me quedé muda. “¿Deseos? ¿De qué tipo?”, pregunté, colocándome la mano sobre la pera, el dedo índice apoyado en los labios, las cejas que se iban juntando, una sonrisa forzada que se quedaba a mitad de camino. Mi forma de acabar con el silencio incómodo fue ese cuestionamiento bobo, vacío, esa pose reflexiva sobreactuada. Esa búsqueda de ganar tiempo y alejar la angustia que me circulaba por el cuerpo, profunda, fría: helada en ese ambiente de calor.

***

Hace poco me crucé con un hombre cuya historia me movilizó. No quiero poner en escena si se trataba de una historia heroica, oscura, intensa o traumática. El tipo tenía una y me la contó: su vida era su historia. Se llamaba -se llama- Raúl y tenía 64 años. La edad de mi padre. Me dijo que estaba de vuelta, de la vida y de la historia, y me descolocó. Empecé a cuestionarme en qué momento uno empieza a sentir que ya vivió todo lo necesario. Raúl ni siquiera es abuelo, reparé, siempre con la estructura a mano, el librito con la fórmula social impuesta, naturalizada, para tener la vida que todos debemos tener. La carga moralizante exacta, de manual.

***

“Deseos. Cualquiera. ¿Cómo te llevás con los deseos?”, escuché. Estaba sentada en un futón de dos cuerpos y no tenía los lentes puestos. Lo lamenté: necesitaba saber en ese preciso instante qué clases de libros leía ella, cuáles eran los títulos que había en los estantes de esa pared que tenía frente a mí. Tenía que construirme mínimamente su imagen, no me alcanzaba con esta casa de mujer soltera que tenía delante, cierto aire hindú en los adornos, el olor a sahumerio, la mesa ratona con una caja de saquitos de té. ¿Quién es esta mina para apretujar así el dolor de mi alma, para cortarme la respiración con una palabra de seis letras envuelta en signos de pregunta, para dejarme al borde del abismo?

***

Raúl habló de nostalgia. Y la puso al lado de melancolía, con una coma en el medio, casi como un capricho. Me pareció una similitud interesante con sentimientos que me resultan tan dolorosamente familiares. Así, uno al lado del otro, uno primero y el otro después, porque entre estos términos el orden de los factores sí altera el producto. La charla siguió, pero yo me había detenido hace tiempo. Incluso más tarde nos despedimos y yo todavía seguía allí: metida en su dolor, nadando en su sensación de desierto, reflexionando incluso sobre mis reflexiones.

Y ahora, el deseo.

***

Podrían ser días difíciles, pero son sencillos: hay juegos de antagonismos que suceden a diario. El impulso de lastimar a ella y de abrazar a Raúl. O las ganas de pedir compasión y afecto, en un caso, y de pegar un cachetazo y profundizar una mirada furiosa, en el otro.

Esquivar respuestas se transformó en un laberinto que me tiene acá, sola, tratando de resolver enigmas. Si me vieran, tomándome la cabeza, masajeándome la frente y recorriendo mi propia línea de tiempo. La desolación, el abandono, la autoexigencia, la rigidez, el abuso, el pánico, la incomunicación, el control, el destierro, la duda. Y los casilleros que siguen, como una rayuela en la que uno salta sin tocar el cielo nunca. ¿Existe la línea de llegada?

***

Deseo. Deseo tener deseos. Deseo ser como las aspas de un molino en el medio del campo, empotrado en la tierra, pero con la cima en el aire, así tan astrológicamente metafórico, entre esos dos elementos. Deseo girar, moverme y generar. Deseo ser yo: reptar entre mis virtudes e impulsarme ante mis miserias, como para modificar la rutina. Deseo conocer detalladamente los mecanismos que utilizan la fuerza del viento para mover otras cosas.


 


*En un tiempo, jugamos a escribir. Fue con Lore, Silvi H., Mariano, Martín y Silvi F. Y con fotos de Nacha y de Silvi V. Yo vi la foto de Nacha y surgió esto. Gracias a ellos por esos lindos encuentros.

jueves, 5 de diciembre de 2013

AQUELLOS DIAS EN MADRID

Cuando con Tami nos pusimos a garabatear el viaje lo que hicimos fue anotar en una listita puntos del mapa que nos gustaría conocer. Eso fue una primera vez, en la esquina de casa, en Sanata bar y tomando un par de vinos. Otra vez nos reunimos en mi mansión de Almagro a mirar un mapa para confirmar. Y marcamos puntitos y fantaseamos con lo bueno que sería conocer Berlín, por ejemplo. “¡Berlín, boluda! ¿Vos sabes lo que debe ser Berlín? ¿Y Praga? La puta, lo que debe ser Praga. ¿Y por que no Roma y Venecia, eh? Ojota”.

Y después la convencimos a Lore para que se sumara (o Lore se convenció de sumarse), y volvimos a mirar el mapa de Europa las tres, y ahí estaban los puntitos otra vez y los aviones y los trenes imaginarios.

***
Me acuerdo del día en que mi mamá se jubiló y fuimos con mi hermano a darle la sorpresa a la escuela. Esperamos escondidos en un aula en la que había un planisferio y nos pusimos a mirarlo, y Andre me dijo: “Pensá que vos vas a estar acá”. Entonces nos pusimos a tocar con el dedo índice unas siete ciudades europeas, incrédulos y entre risas.

Yo nunca pensé que iba a estar acá.

Y ahora ando por Madrid, el punto siete de aquel mapa que pintamos aquella vez. Ahora que estoy en Madrid puedo hablar de Barcelona, de Londres, de París, de Berlín, de Praga, de Venecia y de Roma, pero voy a escribir sobre Madrid, la Madrid cálida, la Madrid que nos acobijó cuatro días y nos hizo sentir en casa. No me refiero a mi mansión de Almagro.

Cuando digo casa intento explicar que en Madrid hay una atmósfera semejante a Buenos Aires. Está en sus calles. En sus edificios. En su gente. En su idioma. En sus comidas. Madrid es una ciudad acogedora. Madrid te hace sentir bien.

Acá paramos en la casa de Rocío e Ilias, la prima de Tincho y su marido (el marido de la prima, Tincho por ahora no se casó). Nos trataron como si fuéramos amigos de toda la vida y era la primera vez que los veíamos. Y nos ayudaron a conocer la ciudad.

Paramos muy cerca del Parque del Retiro, que es hermoso y que explica el concepto de parque que tienen los europeos: espacios verdes enormes, con fuentes, decoración en los árboles, flores y lagos, todo en uno.

Y recorrimos los barrios, la Latina, Chueca, que es el barrio gay, Lavapies (el barrio de nmigrantes), Malasaña. Y también el centro y los lugares típicos, la puerta de Alcalá, la Plaza Mayor, la Puerta del Sol, el Paseo del Prado. Madrid tiene barrios que se parecen bastante entre sí en lo arquitectónico: los edificios pueden ser todos iguales, pero se distinguen por sus colores o el trabajo en el herraje de sus balcones.

En Madrid está, además, el mejor museo que yo haya visto en este viaje: el Museo del Prado. Yo no sé una goma de arte, pero calculo que una obra es buena si te conmueve. Y punto. Entonces, sólo tengo para decir que el Greco, Velázquez, Murillo y Goya son unos grossos, viejo. Y encima entramos gratis.

Madrid tiene una gastronomía que es excelente. Está el bar El Tigre, que para mí se merece un monumento. El que venga a Madrid y no vaya al Tigre sepa que entonces no visitó Madrid. Es como una taberna, un pasillo con barras en todos lados, para beber y comer de parado. Es el mejor lugar para ir de tapas, esa costumbre española que tenemos que exportar, por favor. En el Tigre vas, pagás 2,5 euros, te tomás una caña (cerveza) y te sirven un plato con panes con queso, jamones, hongos rellenos, un poco de paella.... El Tigre es mágico, es un lugar para ir a chupar y hablar a los gritos, y comer. Comer mucho.

Bueno, eso hicimos y no sólo en el Tigre. Una tarde en Lavapies, con Rocío e Ilias, hicimos una ruta de cañas y tapas, yendo de bar en bar comiendo y bebiendo. Así, pasaron platitos con cerdo con una salsa agridulce, pinchos caparesse y de pollo, otro con una carne tipo guisada.

Además, comimos jamones. Estoy en condiciones de afirmar que en España está el mejor jamón ibérico del mundo mundial. Cada día que estuvimos acá lo degustamos. Solo, acompañado con queso o acompañando a otros platos (por ejemplo, huevos rotos con jamón o habas con jamón y huevo).

Y oh novedad: ¡en Madrid comen las rabas en sánguches! Vale la pena acordarse en la barra de algún bar de Plaza Mayor para comer un bocadillo de calamares, como le llaman ellos.

***

En Madrid, el viaje se termina. En unas horas volvemos a Barcelona para estar unos días y después volver a Buenos Aires, con un mapa que tiene puntitos tachados, como símbolo inequívoco de que ahí estuvimos las tres. Ahí, en cada una de esas marcas. Y pensar que yo me llevé a marzo geografía de Europa en el tercer año de la secundaria.

A veces me pregunto porqué viaja uno. ¿Para descubrir? ¿Para descansar? ¿Para distraerse? ¿Qué nos lleva a dejar nuestros lugares para transitar otros momentáneamente? Me llevo de este mes muchas sensaciones que me hacen feliz: nuevos lugares, nuevos sabores, nuevos olores, nuevas caras, palabras nuevas, nuevas historias, nuevos colores.

Y otras tantas cosas: nuevas preguntas, nuevas contradicciones, deseos nuevos. A mí viajar me da ganas de seguir viajando.

Hay muchas cuestiones que ni imaginé cuando con Tami nos pusimos a garabatear este viaje.

martes, 5 de noviembre de 2013

DISQUISICIONES SOBRE PARIS


Toda persona antes de morirse debe venir a París. No se permitan no hacerlo, por favor. ¿Están tristes por algo? Vengan a París. ¿Su pareja los dejó? ¿Se separaron? Vengan a París. ¿Tienen algo de plata y no saben en qué invertirla? Vengan a París. ¿Son los más felices del mundo mundial y a su vida no les falta nada? Vengan a París.

París es preciosa. De día y de noche. Cuando vengan a París van a dormir poco porque se van a despertar de madrugada pensando que si duermen se pierden París.

Si vienen a París tienen que ir a conocer el Notre Dame, como hicimos nosotras y no robar las velas que venden por cinco euros, sino pagar menos. Mami, te estoy llevando una vela de Notre Dame después de haber puesto apenas cuatro céntimos de euros en la alcancía. Entenderás que la pretensión eclesiástica me parecía mucho.

También compren quesos y vinos y vayan a hacer un picnic a orillas del Sena, mirándole la espalda al Notre Dame, un sábado a la noche, mientras los barcos pasean gente por el río. Y emborráchense, pasaditas las 12, como hicimos nosotras.

París es mágica. Es un sueño. Es bella todo el tiempo, con edificios antiguos y esos balcones que hacen que te detengas a mirar en cada esquina. En París caminamos y anduvimos por el Sena varias veces: por el Puente de las Artes, donde las parejas ponen candados para sellar su amor y despues tiran la llave al río. Dice la leyenda que quien quiera romper ese amor deberá arrojarse al agua y buscar esa llave para abrir ese candado.

Caminamos por el Louvre y la isla y el hotel de Ville y los otros puentes y tambien el Alexandre III, en una noche hermosa. Y pasamos por Shakespeare and Company, la librería que aparece en la película Antes del Atardecer. Amo esa saga. Y amo París.

Amo los cafés en todas lados y a la gente que se sienta mirando la calle. Otra leyenda que tiene dos teorías: dicen que los clientes se sientan así para contemplar lo bella que es la ciudad, por un lado. Y por el otro, dicen que el objetivo de quienes lo hacen es narcisista: es para que los peatones los contemplen a ellos.

Cuando vengan caminen por Champs Elysees y vayan al Arco del Triunfo, y suban para mirar París desde arriba. Y piérdanse en el barrio latino, y coman y beban ahí, y caminen una mañana temprano y con sol la calle Mouffetard, y compren unos paninis de queso, tomate y jamón crudo para degustar en cualquier parque, de pasada.

Y paseen en bici, y pasen por la bastilla, un domingo de mañana, y coman frutas en el mercado de la Rue Lenoir. Y sigan derecho, que van a terminar en unos canales bellísimos, con edificios estilo francés a ambos lados del agua. Y escuchen a músicos callejeros que tocan ritmos latinos mientras ustedes comen un paquete de Doritos y duermen una siestita en otro parque verde, sin dejar de mirar los canales.

Cuando vengan a París vayan a la Torre Eiffel a la hora que quieran, pero por favor (por favor) quédense a verla de noche, otra vez con quesos, jamones, humus y vino tinto francés. Si París es preciosa de día, de noche es una maravilla del mundo. Miren a la torre cuando se ilumina y escriban un mail para sus amigos, su familia, su pareja, mientras sus compañeras de viaje repiten las palabras en francés que aprendieron en estos días.

Suban a la torre, pero sigan conociendo París. Tirense en los bancos del Jardín de Luxemburgo, piensen en sus vidas, su historia, sus deseos... Vengan a París y emociónense por lo afortunados que son, por lo enamorados que están, por la vida que tienen. Vengan y conozcan el hotel donde se hospedó Cortázar y escribió parte de Rayuela. Y escríbanle a quien sea que el 2 de noviembre es mi cumpleaños y ese podría ser un buen regalo. O que me puede regalar "Paris era una fiesta", de Hemingway, otro que también hay que leer (y no tengo).

Cuando vengan a París vayan al Louvre y miren a la Gioconda, y sientan que ella los está observando siempre. Capaz es un poco más chica de lo que imaginaron. No importa. Yo miré a Venus de Milo y me asombré por la coincidencia: con Afrodita tenemos la misma panza de vino, en épocas históricas completamente distintas. Increíble.

Vuelvan al Sena una y otra vez (abajo de los puentes del Sena hay olor a meo y eso hace que París sea real), conozcan el barrio Montmartre y el Sacre Coeur (o como se escriba) y tomen una soupe a l'oignon (o como se escriba, es sopa de cebolla) en los barcitos de esa zona hermosa, en las alturas. Vuelvan a mirar a París desde ahí.

Vayan al Palacio de Versalles, maravíllense con esos jardines, anden en bici por ahí, piensen en María Antonieta y en los caprichos de la realeza. Sientan orgullo de las amigas que tienen, agarren en bici las bajadas rápido, piensen que nunca jamás imaginaron estar ahí y saluden con buena onda a Romualdo, el peruano que te cobra el alquiler de la bici en que paseaste por los Jardines de Versalles.

Festejen el cumpleaños de una amiga en un restaurante de comida del sur de Francia, coman pato y omelettes, y sigan tomando vino, una noche antes de partir hacia Berlín y de sentir que hay que venir a París una vez y otra vez, y otra más. Todas las veces que se pueda en la vida.

lunes, 23 de septiembre de 2013

LA ESQUINA DE LOS MILAGROS

La esquina de los milagros puede ser cualquier cruce de calles que represente algo particular: aquella en donde se ubica la casa de tu infancia, el bar en el que viste el partido la vez que tu equipo salió campeón, el lugar en el que te encontraste en tu primera cita con la persona que te enamoró.

Todos tenemos un recuerdo de alguna esquina como si ese espacio del mapa, en algún punto, nos perteneciera. Como si el lugar en el que trabajamos por primera vez, o donde tuvimos un choque con un auto, o donde mantuvimos una reunión que marcó el inicio de algo importante llevara nuestro nombre (y quién sabe alguna vez…).

La esquina de los milagros puede ser un punto histórico, una calle transitada en plena ciudad, una de tierra que ni siquiera tiene nombre en un pueblo lejano. No importa qué sucede ahí: lo relevante es lo que representa. Lo bueno de la esquina de los milagros es que tiene un significado personal. Cada habitante de este mundo puede tener la suya.

Mi propia esquina de los milagros es la conjunción entre dos diagonales en una ciudad en la que reinan las cuadrículas. Mi esquina de los milagros ya era particular para mí hasta que me di cuenta que además era una excepción entre todas las demás calles, que se cruzan derechitas, aburridas: monotemáticas.

En la mía hay un monumento, una manzana que es histórica, una estación de subte, muchísima gente y un café que sirve de excusa para un encuentro. Está Alejandro, que te recibe con una sonrisa siempre y que trae un cortado que quema el alma y otro café con leche normal. Y que –otra vez con simpatía- te invita a comer alfajorcitos de maicena.

Fue Ale quien me contó el milagro de este lugar. Resulta que en el cruce de estas calles, como un secreto en esta ciudad de tres millones de habitantes, hay quienes se invitan a tomar un beso express.

Son dos: se abrazan, conversan, se besan una y otra vez sin reparar en quienes los rodean y después sonríen, en ese encuentro de minutos.

Me lo dijo Alejandro y yo a él le creo: muero por conocer algún día el sabor del Bespresso.

jueves, 25 de julio de 2013

ANTONIMOS


Las divergencias estaban sobre la mesa. Lo sabía él y lo sabía ella. Como el más sabroso de los platos, la discrepancia era un condimento que saboreaban en el transcurso de cada uno de sus días de pareja.

Muchos afirmaban que él era romántico, cuando en realidad sus actos eran cursis: él todo lo era. El vivía el amor como una vibración intensa, incansable. Invariable, también: como un sentimiento pleno las 24 horas.

El cocinaba. Le regalaba las mejores rosas. El se acordaba de cada aniversario, de cada cumple mes y se aparecía con un detalle, algún obsequio pequeño para ella, sin excusas. El le escribía versos, rimas simples, austeras. Su entrega era tal que él además le planchaba la ropa, lavaba los platos y se encargaba de la limpieza de la casa.

Así como ella comentaba esto entre sus amigas con cierto desdén, él le manifestaba a los suyos que había actitudes que le preocupaban. Narraba, inmerso en las dudas que le causaban esos actos: “Ella es un tanto particular, chicos. Me dice boludo, usa escarbadientes, es un poco básica en sus reflexiones. Los domingos, cuando va a la cancha, yo voy a una plaza, a leer un rato. No sé, es rara: la rodea el desorden, no está pendiente de su estética, es difícil conmoverla. Es poco demostrativa. Y lo peor, se lleva el diario al baño”.

Los contrastes llegaron a convertirse en dos elementos imposibles de unir, y él y ella eran algo así como dos colores que no combinan.

Pero había algo en común, lo encontraban en ciertos rincones: en alguna caricia, en un rato de sueño, en diálogos que mantenían. Lo sabía él y lo sabía ella. Hasta que un día ya no hubo secretos: él era ella y ella era él.

Y el amor, en este caso, fue el único acuerdo.

domingo, 23 de junio de 2013

ESCRIBIR ES UNA MIERDA


En estos últimos 15 días engordé tres kilos y pensé al menos 150 veces que soy una mierda de persona. Dormí bien muy pocas noches porque me desvelé las restantes, algunas con pesadillas que no eran graves, pero que me hacían despertar exaltada. Y puteé como nunca lo haría una chica atravesada por el puto dogma cristiano.

Hace cuatro horas que estoy frente a esta computadora que tiene las letras del teclado desdibujadas y apenas pude tipear dos párrafos. Miro cómo el día va pasando a través de la ventana. No sé cuántas cosas se pueden hacer en cuatro horas (¿dormir una buena siesta? ¿Ir a pasear? ¿Leer un libro? ¿Estas tres actividades una después de otra?), pero me siento frustrada: dos párrafos, 739 caracteres, 128 palabras. Todo en 240 minutos.

Releo: lo que acabo de escribir es una porquería.

Estoy en la habitación. Ya bajé al living (y volví a subir) unas 44 veces. Escribo tres palabras, borro dos, tipeo cinco, le pego cada vez más fuerte a la barra espaciadora, voy abajo, me siento en el futón, miro hacia el balcón, pongo un disco y busco dos temas de ese disco que me gustan. Me siento en la escalera con el librito con las letras en la mano. Canto. Y subo: tengo que escribir, la puta madre, no puede ser que no pueda hacerlo.

Me preparo el mate con tres tostadas con manteca y miel, aunque me gustaría tener delante mío una chocotorta para comerla de un solo bocado yo solita. Y morir de hipoglucemia o de un pico de diabetes, o lo que sea que me genere ingerir esa dosis de Chocolinas con Casancrem y dulce de leche. Quiero terminar mi vida ya mismo de la forma en la que murió la mina de Pecados Capitales que fue víctima de la gula, con la cabeza en un plato de comida y el cuerpo pálido.

Abro páginas de Internet, leo cosas que no me interesan, entro a las redes sociales, pelotudeo con amigas por chat. Miro videos en Youtube. Y ahí, en la parte de abajo de la pantalla, el documento de Word que tengo abierto me mira. Siento que se burla, que me habla: “Ay, tontita, tontita, estoy acá y no me podés usar, lo que hiciste es malísimo”. Puto.

Hay algo que ya escribí y me corrigieron, y que tengo que modificar. Esas marcas me resuenan ahora frente a esta página. Me digo: no analices los hechos que contás, contá y punto, escribí sobre las cosas que considerás que moralmente son incorrectas, boluda, no te estás jugando la ética de tu vida en este trabajo.

Paro otra vez. Voy al balcón, me siento, me levanto, me apoyo en la pared, miro el paisaje, miro el bar de la esquina. Tengo bronca: pienso en tirar muebles a la calle desde este octavo piso para canalizar la ira. Agarraría la mesa y la lanzaría. Y si le rompo la cabeza a alguien, si llego a matar a algún pelotudo, mejor.

Ahora mismo me gustaría ser niñera, lavacopas o taxista. Dar clases de yoga, trabajar en el subte, ser obrera en una fábrica de grisines, portera en una escuela con un patio enorme para limpiar. Cualquier cosa antes que escribir.

Y para colmo, me rindo. Cierro el Word y mando todo a la mierda: me voy a comer una pizza.