viernes, 31 de enero de 2014

DESEO (Jugar a escribir)*

                                Foto de Nacha Luna.

Los muebles estaban bien distribuidos. La decoración no estaba sobrecargada, los colores acompañaban la calidez y de la estufa salía calorcito: todo me hacía sentir cómoda. Es un lindo departamento, pensé. Dos ambientes, un balcón generoso y un día de invierno que ahí, en las alturas, se sufría menos. La luz del sol entraba fuerte por la ventana. Mientras miraba cómo ella ponía la pava reparé en el piso de madera y anoté mentalmente que esa podría ser una buena refacción para mi casa: algo cálido y hogareño.

No me lo esperaba. Ahí mismo, sin anestesia, me preguntó si yo tenía deseos. Me pareció una pésima manera de romper el hielo y se notó, claro, porque me quedé muda. “¿Deseos? ¿De qué tipo?”, pregunté, colocándome la mano sobre la pera, el dedo índice apoyado en los labios, las cejas que se iban juntando, una sonrisa forzada que se quedaba a mitad de camino. Mi forma de acabar con el silencio incómodo fue ese cuestionamiento bobo, vacío, esa pose reflexiva sobreactuada. Esa búsqueda de ganar tiempo y alejar la angustia que me circulaba por el cuerpo, profunda, fría: helada en ese ambiente de calor.

***

Hace poco me crucé con un hombre cuya historia me movilizó. No quiero poner en escena si se trataba de una historia heroica, oscura, intensa o traumática. El tipo tenía una y me la contó: su vida era su historia. Se llamaba -se llama- Raúl y tenía 64 años. La edad de mi padre. Me dijo que estaba de vuelta, de la vida y de la historia, y me descolocó. Empecé a cuestionarme en qué momento uno empieza a sentir que ya vivió todo lo necesario. Raúl ni siquiera es abuelo, reparé, siempre con la estructura a mano, el librito con la fórmula social impuesta, naturalizada, para tener la vida que todos debemos tener. La carga moralizante exacta, de manual.

***

“Deseos. Cualquiera. ¿Cómo te llevás con los deseos?”, escuché. Estaba sentada en un futón de dos cuerpos y no tenía los lentes puestos. Lo lamenté: necesitaba saber en ese preciso instante qué clases de libros leía ella, cuáles eran los títulos que había en los estantes de esa pared que tenía frente a mí. Tenía que construirme mínimamente su imagen, no me alcanzaba con esta casa de mujer soltera que tenía delante, cierto aire hindú en los adornos, el olor a sahumerio, la mesa ratona con una caja de saquitos de té. ¿Quién es esta mina para apretujar así el dolor de mi alma, para cortarme la respiración con una palabra de seis letras envuelta en signos de pregunta, para dejarme al borde del abismo?

***

Raúl habló de nostalgia. Y la puso al lado de melancolía, con una coma en el medio, casi como un capricho. Me pareció una similitud interesante con sentimientos que me resultan tan dolorosamente familiares. Así, uno al lado del otro, uno primero y el otro después, porque entre estos términos el orden de los factores sí altera el producto. La charla siguió, pero yo me había detenido hace tiempo. Incluso más tarde nos despedimos y yo todavía seguía allí: metida en su dolor, nadando en su sensación de desierto, reflexionando incluso sobre mis reflexiones.

Y ahora, el deseo.

***

Podrían ser días difíciles, pero son sencillos: hay juegos de antagonismos que suceden a diario. El impulso de lastimar a ella y de abrazar a Raúl. O las ganas de pedir compasión y afecto, en un caso, y de pegar un cachetazo y profundizar una mirada furiosa, en el otro.

Esquivar respuestas se transformó en un laberinto que me tiene acá, sola, tratando de resolver enigmas. Si me vieran, tomándome la cabeza, masajeándome la frente y recorriendo mi propia línea de tiempo. La desolación, el abandono, la autoexigencia, la rigidez, el abuso, el pánico, la incomunicación, el control, el destierro, la duda. Y los casilleros que siguen, como una rayuela en la que uno salta sin tocar el cielo nunca. ¿Existe la línea de llegada?

***

Deseo. Deseo tener deseos. Deseo ser como las aspas de un molino en el medio del campo, empotrado en la tierra, pero con la cima en el aire, así tan astrológicamente metafórico, entre esos dos elementos. Deseo girar, moverme y generar. Deseo ser yo: reptar entre mis virtudes e impulsarme ante mis miserias, como para modificar la rutina. Deseo conocer detalladamente los mecanismos que utilizan la fuerza del viento para mover otras cosas.


 


*En un tiempo, jugamos a escribir. Fue con Lore, Silvi H., Mariano, Martín y Silvi F. Y con fotos de Nacha y de Silvi V. Yo vi la foto de Nacha y surgió esto. Gracias a ellos por esos lindos encuentros.