martes, 5 de noviembre de 2013

DISQUISICIONES SOBRE PARIS


Toda persona antes de morirse debe venir a París. No se permitan no hacerlo, por favor. ¿Están tristes por algo? Vengan a París. ¿Su pareja los dejó? ¿Se separaron? Vengan a París. ¿Tienen algo de plata y no saben en qué invertirla? Vengan a París. ¿Son los más felices del mundo mundial y a su vida no les falta nada? Vengan a París.

París es preciosa. De día y de noche. Cuando vengan a París van a dormir poco porque se van a despertar de madrugada pensando que si duermen se pierden París.

Si vienen a París tienen que ir a conocer el Notre Dame, como hicimos nosotras y no robar las velas que venden por cinco euros, sino pagar menos. Mami, te estoy llevando una vela de Notre Dame después de haber puesto apenas cuatro céntimos de euros en la alcancía. Entenderás que la pretensión eclesiástica me parecía mucho.

También compren quesos y vinos y vayan a hacer un picnic a orillas del Sena, mirándole la espalda al Notre Dame, un sábado a la noche, mientras los barcos pasean gente por el río. Y emborráchense, pasaditas las 12, como hicimos nosotras.

París es mágica. Es un sueño. Es bella todo el tiempo, con edificios antiguos y esos balcones que hacen que te detengas a mirar en cada esquina. En París caminamos y anduvimos por el Sena varias veces: por el Puente de las Artes, donde las parejas ponen candados para sellar su amor y despues tiran la llave al río. Dice la leyenda que quien quiera romper ese amor deberá arrojarse al agua y buscar esa llave para abrir ese candado.

Caminamos por el Louvre y la isla y el hotel de Ville y los otros puentes y tambien el Alexandre III, en una noche hermosa. Y pasamos por Shakespeare and Company, la librería que aparece en la película Antes del Atardecer. Amo esa saga. Y amo París.

Amo los cafés en todas lados y a la gente que se sienta mirando la calle. Otra leyenda que tiene dos teorías: dicen que los clientes se sientan así para contemplar lo bella que es la ciudad, por un lado. Y por el otro, dicen que el objetivo de quienes lo hacen es narcisista: es para que los peatones los contemplen a ellos.

Cuando vengan caminen por Champs Elysees y vayan al Arco del Triunfo, y suban para mirar París desde arriba. Y piérdanse en el barrio latino, y coman y beban ahí, y caminen una mañana temprano y con sol la calle Mouffetard, y compren unos paninis de queso, tomate y jamón crudo para degustar en cualquier parque, de pasada.

Y paseen en bici, y pasen por la bastilla, un domingo de mañana, y coman frutas en el mercado de la Rue Lenoir. Y sigan derecho, que van a terminar en unos canales bellísimos, con edificios estilo francés a ambos lados del agua. Y escuchen a músicos callejeros que tocan ritmos latinos mientras ustedes comen un paquete de Doritos y duermen una siestita en otro parque verde, sin dejar de mirar los canales.

Cuando vengan a París vayan a la Torre Eiffel a la hora que quieran, pero por favor (por favor) quédense a verla de noche, otra vez con quesos, jamones, humus y vino tinto francés. Si París es preciosa de día, de noche es una maravilla del mundo. Miren a la torre cuando se ilumina y escriban un mail para sus amigos, su familia, su pareja, mientras sus compañeras de viaje repiten las palabras en francés que aprendieron en estos días.

Suban a la torre, pero sigan conociendo París. Tirense en los bancos del Jardín de Luxemburgo, piensen en sus vidas, su historia, sus deseos... Vengan a París y emociónense por lo afortunados que son, por lo enamorados que están, por la vida que tienen. Vengan y conozcan el hotel donde se hospedó Cortázar y escribió parte de Rayuela. Y escríbanle a quien sea que el 2 de noviembre es mi cumpleaños y ese podría ser un buen regalo. O que me puede regalar "Paris era una fiesta", de Hemingway, otro que también hay que leer (y no tengo).

Cuando vengan a París vayan al Louvre y miren a la Gioconda, y sientan que ella los está observando siempre. Capaz es un poco más chica de lo que imaginaron. No importa. Yo miré a Venus de Milo y me asombré por la coincidencia: con Afrodita tenemos la misma panza de vino, en épocas históricas completamente distintas. Increíble.

Vuelvan al Sena una y otra vez (abajo de los puentes del Sena hay olor a meo y eso hace que París sea real), conozcan el barrio Montmartre y el Sacre Coeur (o como se escriba) y tomen una soupe a l'oignon (o como se escriba, es sopa de cebolla) en los barcitos de esa zona hermosa, en las alturas. Vuelvan a mirar a París desde ahí.

Vayan al Palacio de Versalles, maravíllense con esos jardines, anden en bici por ahí, piensen en María Antonieta y en los caprichos de la realeza. Sientan orgullo de las amigas que tienen, agarren en bici las bajadas rápido, piensen que nunca jamás imaginaron estar ahí y saluden con buena onda a Romualdo, el peruano que te cobra el alquiler de la bici en que paseaste por los Jardines de Versalles.

Festejen el cumpleaños de una amiga en un restaurante de comida del sur de Francia, coman pato y omelettes, y sigan tomando vino, una noche antes de partir hacia Berlín y de sentir que hay que venir a París una vez y otra vez, y otra más. Todas las veces que se pueda en la vida.