lunes, 27 de septiembre de 2010

YO NO ME QUIERO CASAR


Por si tenía dudas, una ceremonia civil me confirmó un sentimiento que ya circulaba por mi mente: yo no me quiero casar.
No quiero firmar ningún contrato, porque eso hago cuando tengo que alquilar un departamento o cuando una empresa me llama para algún trabajo. No quiero jurar algo para toda la vida, porque no estoy en condiciones de predecir mi futuro: muchos menos de garantizar amor eterno. No por el amor, sino porque no puedo garantizar nada.
Tampoco me parece que una jueza o juez me hable de cuestiones amorosas y de convivencia con una carga moral que su cargo no trae implícita: ¿quién te creés que sos, jueza?
De cuestiones religiosas, obvio, mejor no hablemos.
También estoy en contra de las tradiciones. Y no me gustan los clichés de algunas fiestas: nada de mariachis, de odaliscas, ni de las velas con un mensaje para cada persona. No. No.
Estoy a favor, claro, de las demostraciones de amor originales. No quiero odas al enamoramiento ni a la vida en pareja, ni mensajes de otros sobre lo fabuloso que es el vínculo de tales personas. Que quede claro: no digo que no hay que tenerlas, sólo que considero que no hace falta hacerlas públicas.
Y, como dijo un sabio amigo mío, no nos mintamos: hay cosas de estar en pareja que son una mierda.
Las celebraciones sí me gustan. Reunirse con amigos, divertirse: bailar, comer, beber, charlar, reír. Aunque eso implique tener que vestirse con ropa que no es la habitual e insultar un poco cuando los tacos te hacen doler los pies.
La gente se pone linda, pero para mí la gente es más linda sin grandes producciones. Es como las películas: no son mejores las que vienen de Hollywood.
Una fiesta incluye también ver a gente grande bailando. Es extraño, pero pocas cosas son más ridículas que una persona mayor danzando en una pista de baile. Los movimientos de los cuerpos son lentos, toscos: como si el paso de los años quedara todo expresado ahí. No me dejen bailar en una fiesta cuando sea vieja, por favor.


De todo esto hablaba yo en la mesa 10, con Vicky, Paulita, Sole, Pablito, Leo y Marian, el sábado a la noche, cuando en realidad ya era domingo y estaba por ser víctima de algo que consideré un padecimiento.
Nos dirigimos a la pista. Las chicas sacaron las cintitas, una se ganó el anillo. Marian se ofreció a sostenerme mi copa de champagne, justo cuando yo reiteraba algunas de las cuestiones que sostuve líneas arriba.
Lore lo arrojó. Vi cómo él salió de sus manos e hizo un globo en el aire perfecto: ni Gastón Gaudio hizo uno mejor en toda su carrera.
Lo vi venir, fue el mejor centro que alguien me tiró alguna vez. Lamentablemente, no se trataba de una pelota y yo no tenía un arco enfrente. Había chicas delante de mí y yo las vi: ninguna se esforzó por saltar para quedarse con él. Forras.
Estaba condenada. Me resigné e hice una expresión de disconformidad. “La puta madre”, musité. Bajé la cabeza, levanté mi mano izquierda y el ramo de fresias blancas finalmente se quedó conmigo.





Hubo algunas risas cercanas, pero ahora que lo miro acá, en un florero de mi casa, siento que quien se ríe más fuerte es él.

sábado, 18 de septiembre de 2010

FERNANDO CABRERA (Un post de fan total)



Es, quizás, el artista que más me conmueve. Estuve al borde de las lágrimas la primera vez que escuché en vivo la canción "Por ejemplo", que hizo con Eduardo Mateo. La miré a mi amiga Ceci, que estaba sentada a mi lado, con los ojos bien grandes. No hizo falta que habláramos, las dos pensamos lo mismo: Cabrera nos desbordó. Y habíamos pagado apenas 10 pesos para verlo.

Hace unos días hice una especie de 'mini track list' con mis canciones favoritas y una breve descripción. Fue un acto humilde, teniendo en cuenta mi desconocimiento musical. Humilde pero sincero, claro.

Te abracé en la noche.
Qué frase! Y qué tema, por favor. Impresionantemente triste. Pocas canciones transmiten tanto y tan claramente ese sentimiento: alguien que es dejado y que sigue profundamente enamorado. Dolor, intenso, en cada una de las líneas. Me animo a decir que Fernando tiene la mejor prosa del Río de la Plata (¿Cómo es eso de que los argentinos les decimos rioplatenses a los uruguayos? Ja).
Cabrera y Rada... Gran interpretación del Negro, un genio.
EL TEMA, ACÁ


Méritos y merecimientos.
Acá aparece todo lo contrario, digamos. En este caso la historia es de alguien que no puede creer que la persona por la que se desvive esté con él. "Y me detengo a pensar / si yo merezco el milagro / de escucharla respirar". Im-pre-sio-nan-te. Nadie elije tan bien las palabras para una canción como Cabrera, que parece que escribiera con un diccionario al lado. "Que se lleva mi canción / hecha un silbido que viaja". Por favor, cuánta delicadeza, cuánta suavidad. ¿O no te imaginás al escuchar esa frase notas musicales viajando por el aire?
EL TEMA, ACÁ


El tiempo está después.
¿Si es capaz de descubrir Uruguay? Bueno, acá está. La mención de calles, del carnaval, un recorrido por la melancolía oriental. Con ese tono, con esa cadencia en la voz que tanta gracia me hace. En esta canción, como en varias, con un recurso suyo que lo caracteriza, se permite jugar con oposiciones: "Se llama soledad / se llama gritos de ternura". Gritos de ternura, como también otra canción: dulzura distante. Muy bueno.
EL TEMA, ACÁ


Críticas.
Acá el ritmo de la voz es candombero. La guitarra, en cambio, hace otra cosa diferente. Eso, hasta que aparece el coro, que le imprime un ritmo más brasileño, con toques rioplatenses. En este, el querido Fernando se critica, como lo afirma desde el título. Incluso lo asume: "canto mal".
EL TEMA, ACÁ


Al mismo tiempo.
No voy a negarlo, está claro. Cabrera es un poco depre. Es evidente, está en cada una de sus letras. Hasta las más esperanzadoras tienen alguna línea triste. Acá menciona la palabra esperanza: "Le digo chau y se queda esperanzada / pues sabe que mi camino termina acá. Y después agrega: "Yo sé que nos vemos en el final". Jaja, un genio.
EL TEMA, ACÁ

miércoles, 15 de septiembre de 2010

LA ECONOMIA COMO ENSEÑANZA DE VIDA


(...) Los deseos son refinables y una vez satisfechas las necesidades primarias, desearemos algo más, de forma que a medida que aparecen nuevos productos surgen nuevos deseos.

(...)

El procedimiento normalmente seguido en el desarrollo de la investigación tiene tres fases:
  • En la primera se observa un fenómeno y nos preguntamos la razón por la que puede existir una determinada relación.
  • En la segunda se formulan una serie de hipótesis y se desarrolla una teoría que intenta explicar el fenómeno observado.
  • En la tercera se contrastan o verifican las predicciones de la teoría confrontándolas con los datos.
Traduzco esto último. 1) Salís con un chico y ves determinada característica que no te gusta. Ejemplo: una extrema timidez. Te preguntás: ¿por qué será así?
2) Empezás a pensar. Puede ser porque no tiene confianza en sí mismo, porque es inseguro. O no, quizá hay algo que esconde que le genera vergüenza. Claro, debe ser esto porque tal y tal cosa.
3) Conocés a su familia y tenés la muestra: su hermano es todo lo contrario, su mamá te cuenta que de chico ese hermano se portaba muy mal. La información es esa: la timidez viene de una característica para diferenciarse de su contexto.

...

Esto me queda claro. Lo que se me complica es la parte de oferta, demanda, teoría del consumidor y todos los grafiquitos que adornan el libro e intentan explicarme en clases.

lunes, 6 de septiembre de 2010

VAMOS LOS REDONDOS*


Mi amiga Ceci soltó el tema en una de nuestras tantas charlas sobre hombres: dijo, sin tapujos, que a ella le gustaban los futbolistas gordos.

Para qué.

“Los gordos, sí. Son los mejores: buenas piernas, cola ancha, espalda grande. Y pancita: unos kilitos de más. Real, chicas, eso es real. Ojo, los tipos comen, pero corren, eh. La mezcla perfecta”.

Eramos nueve y se armó un escándalo. Flori, fanática de los abdominales marcados, saltó en defensa de los hombres tabla: con su poco conocimiento futbolero nombró a Diego Forlán. Nati le agregó años a los músculos. “Yo voto por el estilo José Luis Calderón”, opinó. Romi y Pao coincidieron en los flacos fibrosos (“la Brujita Verón, Zanetti”, mencionaron), mientras que Beti y Anita se inclinaron por los flacos medio-pelo. Era previsible: las dos intercambiaron besos con Jonathan Santana en la secundaria. ¿La gorda Vero? Ella, que lo único que sabe es que el fútbol se juega con una pelota, estuvo de acuerdo por una cuestión de empatía.

Yo me mantuve al margen hasta que a Ceci la tildaron de bagayera. Con los gordos no se jode.

Entre las dos nos convertimos en abogadas de una causa. Primero hablamos de analogías brillantes entre la pelota y la comida. El pan y queso, los centros a la olla, la frase “lo que te devoraste”. Y más: el “¡qué morfón!”, el “pongan huevo”, los arqueros con manos de manteca. Mostaza Merlo, Pancho Varallo, Fideo Di María. Y la versión de apodos golosineros: Topolino Riquelme, Chocolate Baley.

Fundamentos teníamos de sobra ante esas discriminadoras. Diego Maradona, el mejor futbolista de la historia, fue gordo. Y se comía todo, pero no le tomaba la leche al gato. ¿Qué fue Distéfano? Bueno, otro gordito. ¿O no leyeron, chicas, sobre los rollitos de los jugadores de aquel Real Madrid? Puskas también los tenía, eh.

Lo nuestro fue un monólogo, pero de a dos. Hablamos de hambre de gloria, de gula de títulos. Y, seguras, afirmamos que los rellenitos son más lindos porque para triunfar tomándose licencias con la comida realmente hay que poseer talento.

Jugábamos a imaginar al Diego comiendo guisos de lentejas cuando llegamos a una conclusión indiscutible: para ser campeón hay que tener un gordo en el equipo.

En el plano internacional, nombramos a Ronaldo, que vaya a saber cuántas feijoadas ingirió en su vida y a otros dos brasileños: Ronaldinho y Adriano, pequeños panzones. A Iván René Valenciano. Al paraguayo Emilio Ibarra, sabiamente apodado El Ancho. A Salvador Cabañas. Los invito, incluso, a que vayan a Google y escriban William Foulke. Están a un click de ver al primer futbolista (arquero) obeso de la historia.

Para qué.

A la memoria se nos vino aquel Vélez multicampeón: Chilavert y la delantera rechoncha, con el Turco Asad y el Turu Flores, 190 kilos de potencia goleadora. También el Beto Márcico, que una vez, durante una entrevista, tomó siete helados. Y después les narramos las hazañas del Búfalo Funes, del Puma Rodríguez, que ascendió a la B Nacional con Olimpo y se cansó de pagar multas por exceso de peso. Además nos acordamos de Omar Palma, que dio la vuelta con Central y citamos una frase bien descriptiva de Ramón Díaz sobre Cavenaghi: “Con ese culo, ese pibe no puede jugar en River”. Así le fue.

A veces pienso que a Néstor Gorosito le llegó el tema de nuestra charla y por eso contrató a Fabbiani. Pipo, querido, Ceci dice que a los gordos también hay que saber rodearlos. ¿O te creés que Ortigoza jugó solo en Argentinos?

Para ser campeón hay que tener un gordo. Ya lo saben. Sin querer, encontramos la fórmula del éxito. De nada, muchachos.


*Texto de no ficción publicado en la revista Un Caño del mes de septiembre de 2010 (sí, hace días nomás).

jueves, 2 de septiembre de 2010

LA ISLA DEL SOL


Acá y ahora los días son grises y pesados, pero allá y ayer, hace apenas unos meses, el sol era el que abría nuestros días. Una pequeña embarcación nos llevaba a un lugar que hasta poner un pie sobre la arena era apenas un nombre más en el mapa: un destino más en un viaje de 20 días.

Ojalá hubiera sido tan solo eso. Pasamos poco más de 48 horas ahí, pero fue la primera (y hasta ahora única) vez en nuestra vida en la que sentimos que la naturaleza nos abrazaba. No caminamos: nos deslizamos por senderos rodeados de un lago azul celeste que nos hizo sentir que eso que vivíamos era una ilusión. Un anhelo de un sitio de paz.

Que no era un sueño. El lugar existe.

El aire parecía atravesar nuestros cuerpos, era difícil hablar ante tamaña manifestación paisajística. La perfección, toda, estaba ahí, frente a nosotros. ¿Cómo no preguntarse en esos minutos de contemplación el sentido de la vida?

El milagro ocurrió, sentimos que nos recorría la sangre. La madre naturaleza nos integraba a su universo. El aire circulaba por nosotras. Eramos una figura más. Limpias, silenciosas, transparentes.

El hombre (la mujer, dos mujeres, en este caso) ante su propio ser. Y ella, que nos cobijó con su amor más profundo. Con armonía, pero también con intensidad.