sábado, 26 de junio de 2010

CONSEJOS A UNA AMIGA QUE TIENE UNA CITA (JUSTO DURANTE EL MUNDIAL)

Escuchame... Andate linda, eh, bien linda. ¿Qué te vas a poner? ¿Pollera? Bien, perfecto. ¿Remera nueva? Buenísimo. Hacete un lindo peinado y ya está.

Escuchame... Ponete la camiseta, eh. Transpirala. Andá y comete la cancha. ¿Lo viste el otro día al Kun Agüero? En 15 minutos se comió la cancha. Quiero que hagas lo mismo. Y ojo, que te conozco. No te hagas ningún gol en contra, boluda, eh. Si se te complica, nada de salir jugando, de pasársela al arquero. La despejás y punto, te armás de abajo otra vez. No te metas en quilombos en tu propia área.

Ya sabemos cómo es él. Acordate: vos manejá la situación. Sé árbitro de tu propio partido. Si él la caga, le sacás la roja. Pero los tiempos los manejás vos. Pensá que sos como la FIFA: ponés las reglas.

Sabemos que muchas veces el rival se transforma en un Messi y te sorprende en cualquier momento. Por eso, vos tranquila, atenta. Seguilo, marcalo, de cerca. Y si se te escapa, le ponés la pierna fuerte, que sienta un poquito la presión a ver qué pasa. Tenés que ser tiempista, como Passarella, como Demichelis, viste...

¿Juegan en cancha neutral? ¿Sos local? Perfecto. Hacé jugar al público a tu favor. Y tené en cuenta que la experiencia pesa, podés usarla también. Si es necesario, tirásela encima. Camiseteala, loca. Mística, mística.

Si necesitás que te acompañe al bar, me avisás. Que voy con los trapos y no para de cantar: “Ohhh, sos un sentimiento, no puedo paraaaaar”. Vamos, fuerza, la hinchada está con vos. Ya estás en octavos.

Vamos, vamos, tranquila. Con calma. Estás jugando tu propio Mundial, campeona.

viernes, 18 de junio de 2010

UNA HISTORIA DE AMOR III (bis)

La conoció así, casi en plan de buscador de almas esforzado, pero seguro de sí. Convencido del nuevo descubrimiento, abonado a la fe en las palabras como agentes reveladores de la sensibilidad. O de una que a él lo cautivaba. Creyó ver un reflejo, quizás el polo positivo de su negatividad. Esas palabras fueron su compañía en una primera noche solitaria. Luego en otra y luego en más. Hasta que empezó a fantasear con ir más lejos. En el viaje de su imaginación no le alcanzaba que esas palabras fuesen compañía: también debía serlo su emisora.

Siempre espera vaya a saber qué y vaya a saber por qué, pero espera porque así hace todo o casi todo. Lo hace hasta que ya no puede esperar y entonces decide actuar, aunque suele lamentar no haberlo hecho antes. Una de aquellas noches recibió una señal y le pareció que debía buscar a quien robaba su atención. Tuvo un encuentro aún más fuerte que los anteriores, pero en el viaje de su imaginación no le alcanzaba que sólo fuese suyo: quería que fuese con ella. Ante todo quiso aclararle lo que ya sabía. Lo sabía él y lo sabía ella: no se conocían. Una obviedad tan grande como el híbrido de su espera.

Entonces las palabras fueron suyas. Las soltó con la ilusión de que viajaran hacia un recuerdo de niñez. Hacia una mañana apacible con la luz del sol en la ventana. Hacia una tardecita de caminata tranquila por Montevideo. Hacia una noche de melodías lindas. Un viaje hacia cosas simples, cotidianas, terrenales. Como él, quizás. Como la idea que se había hecho de ella, al fin. Entonces las palabras fueron suyas y, enseguida, de los dos. Volvió a esperar porque porque así hace todo o casi todo. Lo hizo hasta que ella ya no pudo esperar. Y él tampoco, obvio. Tan obvio como que debían encontrarse y ser, encontrarse y dejarlo ser.

Defensa y Estados Unidos. Llego, pago, bajo, cruzo... Y ya no hay tanto que esperar.

-Hola, Paula.
-Hola, Francisco.