lunes, 16 de noviembre de 2009

EL CAMPEON


Obviamente no me acuerdo del día en que él nació, pero mi mamá me cuenta que yo lo odiaba. Imagínense, con dos años yo era la dueña de todo (el cariño, los juguetes, la casa) y de golpe me traen a un pibe para robarme toda esa felicidad.

“Estabas súper celosa”, detalla mi madre. Lo detestaba tanto que una vez, mientras ella planchaba, aproveché su distracción para tirarlo de la cuna. Lamentablemente, sobrevivió.

Acá está: se llama Andrés, desde hoy tiene 25 años y en todo este tiempo se ganó mi corazón. Simple: es la persona a la que más quiero en este mundo.

Digamos que tiene todo lo que yo quisiera tener. Es talentoso, creativo, curioso, original, gracioso, cariñoso, comprensivo, charlatán, generoso… Bueno. Mi hermano es increíblemente bueno. Y es una pena, pero él no se cree todo esto.

Por si fuera poco, de los dos, él es el lindo. Una injusticia. ¿Cómo el varón va a ser el lindo, el flaco, el que tiene éxito con el sexo opuesto? Recuerdo una anécdota: cuando éramos chiquitos e íbamos por la calle, las personas se paraban para elogiarle sus rulos y sus pecas. Yo me quedaba con las migajas.

Entre todos esos piropos, encontré uno para burlarlo. Una vez, por los rulos, lo confundieron con una nena. Pude cargarlo con eso durante toda la infancia.

Andre, además, era mamero y vago: demoró en caminar, en hablar, en aprender a andar en bicicleta. De chicos, lo nuestro fue una competencia feroz. El pibe se tuvo que bancar que a mí me gustaran los juegos de hombres. Entonces, en el barrio teníamos los mismos amigos y jugábamos a la pelota. En contra, siempre. Y nos matábamos a patadas. Obvio, le robaba protagonismo: yo llamaba la atención porque era mujer y me encantaba el fútbol.

Nuestras peleas son recordadas. Ante mis padres yo sacaba ventajas por una cuestión de género. Lloriqueaba un poquito y la bronca era contra él.

El vínculo se modificó cuando yo tenía 15 años y él 13. No tengo idea de por qué, pero desde ahí somos… como hermanos.

No entiendo cómo hay hermanos que no se llevan, o se llevan mal. Con Andre puedo hablar de todo y no me imagino no compartiendo algo con él. Su opinión y su compañía me son necesarias.

Lo describo un poco más. El pibe es copado. Muy copado. No sé qué tiene, pero no hay ni una mínima posibilidad de que le caiga mal a alguien. Incluso soy capaz de apostar algo a quien no lo conozca: si no se encariña, hago lo que sea.

Andre podría haberme sufrido (por lo del fútbol, porque a mí me iba bien en la escuela y a él no tanto, por alguna comparación familiar), pero no. Si hasta me siguió. Yo era de Boca, él también. Yo me hice de Banfield, él también. Yo hice Periodismo Deportivo, él también.

¿Qué compartimos cosas? Pufff. La música, el cine, el teatro, el placer de reunirnos con amigos. Y la pregunta que nos hacemos casi a diario. Ese "¿y vos cómo estás?".

Su ventaja es que él siempre se rebeló (y yo varias veces acaté). Con Marce, mi amigo, lo llamamos “el campeón”, y Andre lo es. Los lazos sanguíneos no se escogen, es cierto. Pero yo a este pibe lo elegiría siempre.

¡Feliz cumpleaños, campeón!



P.D.: Ah, también hicimos travesuras juntos. Como cuando teníamos 6 años y, a escondidas, fumábamos los cigarrillos que mi papá tiraba.

sábado, 14 de noviembre de 2009

UNA HISTORIA DE AMOR II

Lo llora. Todavía hoy lo llora. ¿Cómo fue que aquello se rompió? Ella me habla y enumera adjetivos que describen a él como un hombre al que quiso. Al único que se permitió amar.

La lágrima que le veo –y que está en su pómulo izquierdo- contiene algo que ella llama fracaso. Haber intentado, haber tropezado. Y es una lágrima gorda. Ella me dice que él era feo, pero hermoso; que era reservado, pero demostrativo; que hablaba poco, pero decía palabras lindas.

Escucho. Esta historia que me cuenta ocurrió hace mucho tiempo atrás. Y a medida que los días avanzan, los recuerdos de él se le suman en la cabeza: le envuelven el cerebro. Me construye imágenes, me mira detrás del pañuelo que le seca los ojos y los cachetes; y que no le pide permiso para esconderle los pocitos que se le hacen cuando sonríe.

Me pregunto si esos recuerdos serán completamente ciertos o si la distancia (y la necesidad de tener a él con ella) los habrán distorsionado. Si todo eso será en realidad el recuerdo que ella armó del verdadero recuerdo: si será el recuerdo de un recuerdo. Pienso en las interpretaciones y en la selectividad: en que ella se guardó lo mejor de él.

En este tiempo, lo buscó en otros hombres. Me cuenta que se armó un personaje y repartió su cariño. Hubo besos de ocasión, abrazos sin sentido, caricias de compromiso, sexo sin amor.

Tengo que contestar sus preguntas. Y no soy sincera, porque le respondo que encontrará luz, que el muchacho que ahora le genera sonrisas puede ser, que se permita jugar.

Ella me suelta un no. Cortito, seco, distante. Helado. "Jugar, no. El jugó conmigo y yo no supe jugar".

Me callo mi verdad: me da la impresión de que en realidad lo que no supo fue perder.


Antes, hubo una historia de amor número uno.

domingo, 8 de noviembre de 2009

ESTADISTICAS


La vida de una persona es un conjunto de datos. A veces algunos pueden ser más coloridos o simpáticos que otros, pero en definitiva (y aunque a muchos nos duela) somos una suma de información.

Mujer, 27 años, morocha, de rulos, 1,63 de estatura, dos marquitas por heridas de la infancia, un hermano, un novio en serio, otro no tanto, seis amigos hombres, nueve mujeres, dos primas, tres primos, cinco trabajos en 27 años de vida, cero tatuajes sobre 25 intentos de realizarlos… Y así.

Así: tres veces por temporada una crisis laboral, una por vez año sufrir un robo de billetera, dos guisos de lenteja cocinados cada invierno.

Incluso estas estadísticas caseras nos permiten anticiparnos a una situación. Armar nuestra propia tendencia: “Uy, este año todavía no rompí ningún vaso… Ya debe estar por venir el día que pase eso”.

O: “Salí con cuatro chicos altos y con tres me fue mal. ¿Intento de nuevo para revertir la racha? ¿O me baso en los números?”.
A ver, amigos, ¿cuáles son sus índices? Les pido que reparen en sus rutinas y compartan sus estadísticas. ¿Dale que sí?