viernes, 27 de febrero de 2009

OLEO DE UNA MUJER CON VESTIDO

Linda, cómoda, simpática, la mejor prenda que existe para la mujer es el vestido. Al menos para mí, claro. No me refiero a esos de fiesta, luminosos, sino a los vestidos de todos los días: a los vestiditos.

Me encanta cuando llega la temporada primavera/verano y las vidrieras se llenan de soleritos de todos los colores y todos los modelos. Y me fascina más cuando viene la temporada verano/otoño y todos ellos están más baratos, en liquidación.

Obviamente, me hubiese encantado que algún muchacho me escribiera la canción "Un vestido y un amor", de Fito Páez. Pero como no pudo ser, yo me conformo con usar vestiditos. Son simples, y hacen que una se vea bien con poco. Una se ve fresca.

Por si fuera poco, la moda progresó tanto que ahora hay unas polleras que sirven como tales, pero también se hacen vestido. Para que los hombres entiendan: son como los Transformers. Son reversibles y son magníficas.

Todo esto viene a cuento porque estoy enamorada de una de esas pollera-vestido, que descansa en una vidriera de un negocio que está por la calle Medrano: paso por ahí y se me cae la baba. Y sé que no me lo puedo comprar, pero paso igual y lo miro. Sí: soy masoquista. Eso me hace recordar que también me enamoré de un vestidito que vi en un puestito en Cabo Polonio: fue un amor a primera vista que no pudo concretarse por diferencias económicas. El era de una clase mucho más alta que la mía. Y después dicen que para el amor las diferencias sociales no son una traba...

miércoles, 25 de febrero de 2009

ADALBERTO

De golpe, Adalberto el fletero, ése con el que habías hablado de los lugares a visitar en Perú, su país, de las posibles plantas (y verduras y frutas) que podías cultivar en el balcón, ése que te había contado sobre sus hijos, sobre las travesuras de sus chiquitos, te dice: "¿Vos esto lo compraste? Cómo la pifiaste...".

De golpe, Adalberto el fletero, ése al que habías ayudado a descargar cajas y cajas porque te daba cosa que hiciera tanto esfuerzo, te genera ganas de violentarte contra él. Se te cruzan mil insultos, uno mejor que el otro, pero haciéndote la graciosa, muy simpática, muy la chica buena de pueblo, e impostando la voz, le decís: ¡Pero Adalberto, qué mala onda, che!

Y Adalberto se seca la gota número mil quinientos setenta y uno que le cae desde la frente, se acomoda los rulos, se ríe un poquito, te pide agua, y a vos te da la misma ternura que al principio. Hasta que agrega: "Pasa que este edificio es muy malo, está desorganizado...".

martes, 10 de febrero de 2009

RESULTA... (Una historia que nació con una factura de Edesur)

Resulta que un amigo te presta su casa para vivir. Resulta que con esa actitud te soluciona un gran problema. Resulta que se le vence la factura de la luz y te pide si por favor se la podés pagar en Edesur o en algún Rapipago. Obvio que aceptás: él te hizo un gran favor y vos tenés un Rapipago a cuatro cuadras de tu trabajo.

Resulta que estás por salir de la casa, agarrás esa factura y ves otra sobre la mesa, de Telefónica. Pensás: pago esta también y quedo re bien con mi amigo.

Resulta que a las 4 de la tarde vas al Rapipago: ¿llueve? No importa, parecen unas gotas, nomás. Vas rápido y te lo sacás de encima. Pero cuando vas por la calle la lluvia aumenta. Te mojás toda. Pagás, volvés a tu trabajo y le mandás un mail a tu amigo, un poco haciéndote la canchera: que qué buena okupa que sos, que cómo le pagás las cuentas, incluso la que él no te pidió, que qué buena onda tenés.

Resulta que él te contesta con otro mail: "Gracias por haber pagado mi factura de la luz y te comento que Marita (la chica a la que le compre la casa) debe estar muy contenta porque le pagaste su factura de teléfono de la línea que tiene ella actualmente. Pero bueno, admiro tu sentido de la solidaridad con el prójimo. Ella seguro que te lo agradece".

Resulta que habías abonado 49,12 pesos. Resulta que muchas otras veces te habías sentido una perdedora, pero resulta que nunca antes tanto como en esta oportunidad.

viernes, 6 de febrero de 2009

NOSTALGIA DE NIÑEZ

En este último mes me di cuenta, de golpe, de que soy grande. No sé en qué momento pasó, en qué instante decidí dar el paso y serlo, pero me arrepiento. Si en algún momento me hubiese imaginado que ser grande, que ser adulta era esto, hubiese desechado la oferta de inmediato.

En este último mes tuve que tomar decisiones. Muchas. Sé que en este blog hay muchas cosas de mi vida y estoy por contar una más, pero necesito hacerlo para mostrar mi postura. De hecho, si formé una idea respecto de la madurez fue por algo que me pasó.

En este último mes tuve que elegir una casa, dejar la que habitaba, y mudarme. Como la casa que había elegido se cayó, tuve que resolver el tema. En ese breve proceso conversé como persona grande: hablé de dinero, de cumplimiento de plazos, de pautas establecidas. Mencioné palabras como seriedad, honestidad, claridad y seguridad. Hice trámites. Conversé telefónicamente con la dueña de una propiedad, con un escribano, con gente de una inmobiliaria. Lo resolví: aquella propiedad volvió, pero llegará más tarde y en ese tiempo tuve que conseguirme otra, transitoriamente.

Uno pasa a ser grande cuando tiene una responsabilidad. Por ejemplo, un trabajo. Pero una responsabilidad incluye otras varias responsabilidades adentro: uno no sólo debe cumplir un horario de trabajo, sino que lo tiene que hacer bien, llegar a tiempo, no equivocarse, generar una buena relación con sus superiores y, para evitar problemas, relacionarse lo mejor posible con sus compañeros. Además, tiene que pasarla bien: eso, claro, también depende en parte de uno mismo.

El problema, precisamente, es ése: la suma de responsabilidades. Uno pasa a ser grande cuando tiene tantas, que todo se parece a un castillo de naipes: si no cumple o acomoda bien alguno, todo se cae.

Si no se piensa, hasta parece fácil: es como si uno fuese feliz. Puede tener un trabajo, puede vivir solo, mantenerse, estudiar, sostener una pareja, regar las plantas, pagar las cuentas, sacar la basura, hasta criar hijos… Qué bien le va a uno.

Pero uno siente que le va bien un carajo. Que uno no sólo es grande, sino que es adulto. Ser adulto es tomarse las responsabilidades con responsabilidad. Y no es un juego de palabras: hay personas que pueden tener 45 años y ni siquiera son adolescentes. Yo no sé cuándo pasó, pero me di cuenta en este último mes. Me di cuenta, la puta madre.

lunes, 2 de febrero de 2009

PARA LEO


Porque es mi amigo. Porque es mi amigo porque es colgado, porque piensa muchas veces en negativo y porque pelea por no hacerlo. Porque dice que no le gusta usar jeans, pero en realidad se compra pantalones que son de esa tela y no se da cuenta. Y porque cuando se da cuenta (porque se lo hacemos notar) se queda pensando en eso. Porque es obsesivo, pero sobre todo porque cuando lo cargamos (y lo cargamos mucho, lo cargamos por todo), no se enoja. Porque muchas veces cuando le hablo, él en realidad está pensando en otra cosa. Porque se hace problemas por todo. Porque es callado, serio, distante. Y porque cuando habla, dice. Y porque cuando se ríe, contagia. Y porque cuando demuestra, hace sentir bien. Porque es simple y acepta tener amigos del Conurbano. Porque fue jefe y fue compañero, y siempre fue igual. Porque le gusta Fito Páez, Charly García y Spinetta, pero también porque escucha a Shakira, porque le encanta Sting y porque es tan fan de Madonna que se pone muy muy triste si no consigue una entrada para el show de ella en Buenos Aires. Porque es pachorra, porque come extremadamente rápido, porque se saca ante alguien que come lento. Y porque está loco, porque es un loco lindo, porque compartimos varias de esas locuras. Porque cree en la felicidad y porque no le gusta que yo le diga que en realidad eso no existe. Porque es tan generoso que no me dejó en la calle. Porque hoy, en su cumpleaños número 35, yo lo quiero saludar. Porque quiero escribir sobre él y decirle que lo quiero mucho. Porque después de eso le quiero pedir que no se moleste por esta exposición (aunque casi no lee este blog) y le quiero repetir que le agradezco por todo. Porque me escucha, me discute, me acompaña: porque comparte. Porque es su día y yo deseo que la pase bien. Porque si pudiera, si tuviera la habilidad, le haría un grafitti como el de arriba, en una calle cualquiera. Porque es mi amigo.