miércoles, 21 de enero de 2009

MOMENTOS L (II)


----Mensaje original----
From: Aye

Estoy haciendo una nota para El Gráfico sobre Arsenal de Llavallol, un club de esa localidad que fue filial de Boca y dejó de existir en 1968. Teniendo en cuenta la época, le estoy haciendo notas a ex jugadores, viejitos ya. Y es jodido encontrar algunos números de teléfono. Busqué el de Noberto Schiro (campeón con San Lorenzo en 1959) por la guía. Sin saber si realmente era su teléfono, llamé. Y surgió este diálogo:
-Si, ¿qué tal? ¿Hablo con la casa de Norberto Schiro?
-Sí (me responde una voz MUY gruesa)
- ¿El que jugó en Arsenal de Llavallol, San Lorenzo y Los Andes?
- Sí, sí, esta es la casa.
- ¿Es Usted?
- No, yo soy la mujer.


NOTA: Un papelón. Después fui a la casa y le hice la nota. Cuando terminamos de charlar me acompañó a la parada del colectivo y me esperó hasta que vino. Incluso me cambió monedas (intentó regalármelas, pero yo le di el billete). Pobre, trabajaba de noche: era telefonista en una remisería. De los que están parados, es el tercero empezando desde la izquierda. Ese día, la mujer (una fumadora compulsiva, de ahí la voz) me sirvió una Coca y me pidió que le enseñe a usar el celular. Era bastante fea por cierto...

sábado, 17 de enero de 2009

PRECIOS


Humahuaca, norte argentino, marzo de 2005. Una locura (ya en ese momento).
Click en la foto para agrandar.

martes, 13 de enero de 2009

ONCE METAS RAZONABLES PARA 2009

UNO. Empezar a pagar las cuentas por pagomiscuentas.com.
DOS. No perder la billetera (con no hacerlo durante los primeros seis meses del año me conformo).
TRES. Ser un poco más cariñosa.
CUATRO. Comer sin culpa.
CINCO. Hacer un blog de música y escribir un libro sobre el Ministro Carranza con el chico de este otro blog.
SEIS. Aprender a tocar el saxo, pero bien.
SIETE. Tomarme el año para perderle el miedo a la UBA y arrancar a estudiar en 2010 (o, en su defecto, conseguir alguien que me pague una Universidad privada).
OCHO. Prestarle atención aunque sea cinco minutos a mi papá cuando me habla.
NUEVE. Imprimir alguna de todas las fotos digitales que saco y/o me sacan.
DIEZ. Comprarme el libro Toda Mafalda.
ONCE. Sostener este blog.


Foto con deseo: Cecilia Camporeale © 2009.

jueves, 8 de enero de 2009

URUGUAYOS

Ya en Buenos Aires, pienso en Uruguay y su gente. Pienso, también, que ya escribí bastante sobre aquellas tierras y que no lo voy a hacer más: que este es el final de la trilogía.

Pienso que los uruguayos tienen un complejo de inferioridad: primero me parece que es respecto de los de Buenos Aires, pero después me doy cuenta que es en relación a los demás países del mundo. Es como si germinara de una cuestión geográfica.

Un complejo surge de una mirada sobre uno mismo, una mirada que lastima por un motivo en particular y que genera trabas. En general, se trata de una observación errada, sin sentido. Es como un espejo que muestra una imagen distorsionada de lo que en realidad somos. Allá percibí un complejo de inferioridad.

Mauricio es de Paysandú y viajó a Valizas a trabajar de mozo en un restaurante. "Gurisas, ¿están tomando grapa miel?", nos pregunta minutos después del brindis por el año nuevo. Tomamos, claro, y compartimos. Mauricio relata que le ofrecieron trabajo y fue. Dice que Buenos Aires es muy grande ("paaa, es gigante, vo") y que Paysandú es chiquito, que tiene lindos lugares, pero que "los de arriba se la roban toda y no hacen nada".

Los uruguayos son austeros y no están ajenos a la ley del inconformismo: yo estaría bien con lo poco de ellos, ellos con lo mucho de mi ciudad. En un fogón hay una reflexión de un argentino que es cierta: "Acá ellos se quejan de que no pasa nada. ¡Y no se dan cuenta de que lo mejor de este lugar es eso!".

Hay más charlas. Pablo cuenta que en Montevideo abrieron La Trastienda, pero que es más chica que la de acá: después del acá dice "obvio".

La comparación con Buenos Aires se reitera, es como una forma de atajarse constante.

José y Augusto son dos jóvenes montevideanos. Nos preguntan si en Argentina pasan por televisión algún programa uruguayo. Respondemos que no. "Y claro, somos malísimos", señalan.
Augusto practica MotoCross y afirma que los argentinos son muchos mejores que ellos en ese deporte: "Cuando vienen acá siempre nos pasan el trapo". Igualmente, aclara que en Estados Unidos los corredores son superiores a los porteños. Hablamos de porteños, entonces, y él dice que son todos pedantes. Presumidos, pero lindos: "La diferencia entre ustedes y nosotros es que allá, tanto las mujeres como los hombres, son re facheros, vo. Acá no. Me acuerdo del primo de un amigo que era porteño y era recontra fachero el loco".

Daniel está un poco borracho (corren los primeros minutos del 1 de enero, aunque después lo veremos en el mismo estado a las 9 de la mañana, a las 3 de la tarde y a las 9 de la noche). Habla con prejuicios, intenta conversar, pero le erra en la forma: "¿Es cierto que las porteñas se creen que son todas lindas?". Le pregunto si yo le hice algo como para que me haga tal cuestionamiento. Y sin que le diga nada, empieza a enumerar que las playas uruguayas son mejores que las nuestras, que Montevideo es mucho mejor que Buenos Aires, que los uruguayos son mejores que los argentinos.

Para José su país es todo chiquito: las estructuras son pequeñas, todo es desorganizado. El magnifica la noche porteña: se cree que, bajo la luz de la luna, en cada rincón de Buenos Aires hay sexo, drogas y rock and roll. Le explicamos que nosotras no vamos a bailar. Dice que la diferencia es que en Buenos Aires hay mucha plata: gente que puede tirar el dinero para arriba. Le aclaramos que eso es sólo porque hay más gente: que se trata de una cuestión proporcional.

Un italiano que viajó 20 años por el mundo y que se quedó en Uruguay por amor hace una observación: él siente que lo que les pasa a los charrúas es que no se tienen confianza. Nosotras nos reímos y yo me pregunto qué pensarán los uruguayos de nosotros, después de tantas reflexiones sobre ellos.

lunes, 5 de enero de 2009

ESE MAR


Acá, Valizas. Una playa austera, bella desde lo simple: campo, tierra, mar. Pocas cosas me conmueven tanto como el mar y el mar de Valizas es el que más me gusta. Es un capricho, una cuestión sentimental: desde mi visión, ninguno brilla más que él cuando el sol lo ilumina. Y la diferencia es que por la noche también tiene luz: lo alumbra el destello que cada 12 segundos llega desde el faro de Cabo Polonio, colándose a través de las dunas que separan un pueblito de otro.

Eduardo Galeano escribió alguna vez una historia sobre un nene que estaba frente al mar por primera vez. Después de un breve silencio ante tante hermosura, el chiquito exclamó a sus padres: "¡Ayúdenme a mirar!".

Eso describe un poco lo que me pasa. El mar es tan inmenso que hace que uno se sienta vulnerable ante él, que parece que te desnuda su majestuosidad. Y a veces una ola puede desnudarte en serio. El mar es violento y calmo al mismo tiempo.

En el Sur de Brasil hay diversidad de mares: en Playa Brava, las olas hacen un estruendo cuando rompen; en Canasvieiras el agua es más cálida y en Lagoinha, por ejemplo, el agua no sufre ondulaciones.

El mar me da miedo, me genera respeto, me encanta: hay momentos en que quiero abrazarlo y otros llorar ante él.

Acá, en Valizas, todo gira alrededor de él. Estoy ante un espectáculo hermoso: ahora miro una ola que rompe, la espuma que se deshace y que parece perderse, pero en realidad se va para volver a armar otras. Es una imagen mínima, pero impresionante a la vez. Como el mar.