jueves, 31 de julio de 2008

EL ARTE DE UNTAR


Si arte puede ser un diente de cocodrilo adentro de una botella o un tipo completamente desnudo parado en el medio de Plaza Francia, esparcir algo sobre una tostada y/o galletita también lo es.

Escribo, entonces, sobre una de mis pasiones: untar. Untar es relajarse y tomarse tiempo, prepararse un tentempié mínimo para disfrutar como un verdadero manjar. A mi me relaja, me hace reflexionar sobre temas profundos. De hecho, he tomado decisiones importantes mientras desparramaba la mermelada.

El secreto está en hacerlo con tiempo. La tostada es como un bebé que hay que cuidar, tratar con cariño. Es la expresión en miniatura de la delicadeza.

Untar muestra muchas veces cómo uno vive la vida. Están los que untan así nomás, los que le ponen poquito aderezo, los que sólo llenan el medio, los que le ponen miles de ingredientes (y así no sienten el sabor de ninguno), los que cubren completamente la tostada. Yo pertenezco a estos últimos: la cubro tanto porque me gusta que el contenido me quede apenitas en la yema de los dedos.

Las mujeres, igualmente, untan bien hasta que son madres. Después, todo el esfuerzo hecho durante años se va por la borda y les preparan a sus hijos tostadas así nomás. Pasan el cuchillo de tal forma que yo creo que si la manteca y el dulce de leche se expresaran, llorarían sin parar. Quizá tiene que ver con la necesidad de resolver todo rápido (y de hacer mil cosas a la vez) que tienen las madres.

Untar es una acción que puede realizarse en cualquier momento del día. A mí me gusta más en el desayuno. El desayuno es casi tan maravilloso como un lindo atardecer.

lunes, 28 de julio de 2008

SEGUIR


Estoy cansada. Agotada. No tengo ideas o, mejor, no tengo ganas ni siquiera de generarlas. Hoy, en el archivo de la computadora, encontré algo que escribí hace unos cinco años atrás. Estaba guardado con el título "SEGUIR". Lo releí: jamás lo voy a seguir, así que lo publico acá (y mientras gano tiempo para ver si se me ocurre algo).




En el mundo de Juri no existían los abrazos. No había lugar para sonrisas, para muestras de cariño, para sacar a flote esos rincones del alma que salen a flote cuando uno es feliz. El mundo de Juri se remontaba a momentos alegres, pero tenía una particularidad: él mostraba los dientes sólo cuando salía el sol.
El sol, esa bola amarilla, ese círculo luminoso, a veces chiquitito y otras enorme, lo despertaba entonces y Juri reía, mostraba sus dientes como un acto único en su vida. Y decía, con el entusiasmo que dicen todas aquellas personas que no superan los 5 años y el metro 20 de estatura, que entonces sí, que ya estaba listo para salir a jugar a la pelota.

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“Yo festejo los goles solo –me empezó a contar su historia desde la ventana de aquella pieza oscurita que habitaba--. Igual no hago muchos, eh. Incluso a veces los esquivo. La tiro afuera o le doy con el empeine cuando sé que si le pego con la cara externa va a ser un golazo”.
Desde esa ventana yo hacía esfuerzos para observarlo, porque casi no lo veía. Por mi edad, mi visión no era la mejor, pero además Juri no era alguien extrovertido, sino todo lo contrario. Siempre estaba escondido bajo esa cama desordenada, repleta de ropa sucia, como si no tuviese nada para mostrar.
Juri hablaba y su voz se escuchaba triste, melancólica. Le costaba modular y era evidente que no conversaba a menudo, porque también tenía dificultades para expresarse. “A mi me cae bien ese... Ese... –quería decirme algo y no le salía--. Esos tres palos... ¿Cómo se llama?”. “¿Aquel arco?”, pregunté yo, señalando la canchita que se veía allá a lo lejos, cerca, muy cerca del lugar donde veíamos por última vez el sol. “Si, el arco. Ese arco. Creo que ahí si puedo llegar a tener ganas de hacer goles. Porque si los hago ahí, me puedo morir tranquilo: es el lugar donde se esconde el sol. Me iría con él y no volvería más”.


Yo fui testigo, desde al lado de la pieza oscurita. El lugar en donde dormía ese chico pecoso, el de los mocos en la nariz, el de la ropa rotita. Desde ahí vi cómo Juri durmió en su pecho esa pelota que bajó del cielo y sacó el zurdazo. El zurdazo que se clavó en el ángulo y rompió la red. Me esforcé y vi más. Vi que Juri se sacó los botines y se fue caminando con la cabeza gacha, sin abrazos y sin sonrisas. Iba hacia el sol.

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Hoy lo vi en la tele, porque mi hijo me conectó el codificado. Ya nadie lo llama Juri y yo no puedo afirmar que es él, porque ya no le cuelgan los mocos y no está en la pieza oscurita. Dice mi mujer que ahora todos le dicen el Burrito Montega. Entonces fui y me puse los anteojos. No hay dudas: es él. Ayer hizo un gol y desechó abrazos, se olvidó de las sonrisas. Se ve que sus compañeros ya lo conocen porque no fueron a saludarlo. Lo dejaron solo. Y él miró para arriba y señaló el sol.

jueves, 17 de julio de 2008

ATRACCION MUSICAL


Hay algo que hace atractiva a una persona, más allá de cuestiones superficiales: el talento. En una banda de música ocurre eso: cada uno de los integrantes tiene su público particular y levanta chicas o chicos. Y muchos sacan ventaja, porque cuando no gozan de un talento pueden aprovecharse de la ignorancia musical del que oye y no sabe distinguir si el artista es bueno o malo.


Por supuesto, hay un ranking de ganadores de acuerdo al instrumento que toca:


Voz: es quien más mujeres/hombres gana, lejos. Y tiene motivos para serlo: es el más popular, es el emisor de mensajes y suele ser carismático, expresivo y extrovertido. Las histéricas, por ejemplo, gritarán todo el tiempo por él. Es un líder natural.

Guitarra: no lo ubiqué en el segundo puesto de casualidad. Gana en el escenario (siempre menos que la voz, al menos que su belleza sea mucha) y gana afuera, sobre todo porque puede tocar en una reunión de amigos, en el fogón en la playa, en un campamento o dónde sea. Y si se hace el que no sabe cantar, se le acercarán aún más.

Bajo: es un poco tímido/a. La juega de callado/a, pero también gana. Aunque apunta a otro target: llama la atención de los chicos/as que miran cine europeo y no películas pochocleras, que leen a Sábato y no a Paulo Coelho, que ven teatro under y no obras de la calle Corrientes. Ellos/as atraen a los que son lindos y no se dan cuenta que lo son; a los que no se producen en exceso.

Batería: son buscados por un público que evade el estrellato, por las personas que gustan de los que, en general, le gustan a pocos. La batería tiene mucho protagonismo en una banda (¿quién marca el ritmo si no?), pero en el escenario da la impresión contraria. Ellos/as llaman la atención de los atentos, esos que no miran sólo al cantante, sino que pispean hacia el fondo. Los/as que gustan de los bateros/as no son ningunos/as boludos/as: buscan músculos y los encuentran.

Flauta traversa: no quiere decir que la persona que la toca sea homosexual, pero es cierto que este intrumento da gay. Sin dudas, estamos ante un músico intelectual, culto, de gustos refinados. Su look suele rozar con lo nerd. Como publico, hay que tener cuidado. Como músico, hay que demostrar constantemente masculinidad en el caso de los hombres, y femineidad, en el de las mujeres.

Saxo: tienen limitaciones estéticas, pero les sobra onda y suman por ese lado. Hay dos tipos: los jazzeros en general son gorditos, tranquilos y más bien callados. A ellos les gustan todas/os. Los que tocan reggae, ska o rock son menos gorditos que los anteriores y más charlatanes. Igual, también les gustan todas/os.

Teclado: son feos, pero tienen un buen nivel de atracción porque en el 93 por ciento de los casos son muy buenos bailarines. Ahí, entonces, estamos hablando de un 2 en 1: saben tocar y saben bailar. Listo, levantan.



Para todos los casos: se puede ser feo, pero se gana igual. En un instrumento musical está escondida la destreza, la habilidad, la sensibilidad. El talento. Y esa es un arma de levante fundamental.


jueves, 10 de julio de 2008

MUJER TRABAJANDO... CON HOMBRES


"¡Al fin una mina! Acá había mucho olor a huevo". Con esa frase me recibieron en la redacción de Clarín, adonde empecé como pasante. Soy mujer, soy periodista deportiva. Por eso, siempre trabajé con hombres. De eso voy a escribir: de mi experiencia laboral con el sexo opuesto.

Contrariamente a lo que muchas mujeres creen, los hombres no son todos iguales, aunque hay dos temas que son recurrentes en sus charlas: el fútbol y las mujeres. En realidad, es al revés: las mujeres y el fútbol.

En cada conversación, en cada mini reunión masculina, lo que parece estar en tela de juicio es ver quién de todos es el más macho. Aunque después, individualmente, nada de lo que hayan dicho se cumpla (al menos da esa sensación).

Entre los periodistas deportivos están los hombres sensibles, los babosos (los babosos y sensibles), los tímidos, los graciosos... Y hay una raza particular. Mi máxima: todos los que cubren fútbol internacional son raros.

¡Ah! Aquellas mujeres que salgan o gusten de un periodista deportivo sepan que el 95 por ciento de los casados que superan los 40 años, aprovecha para salir con otras cuando se va de viaje. Y cuando vuelve se lo cuenta a los demás.

La masculinización de las frases
Trabajar con hombres es pronunciar la expresión "es una patada en los huevos", sin saber su verdadero significado; es encontrar el parecido de un repartidor de pizza con Schweinsteiger (un jugador alemán); es escuchar un mínimo de tres veces por día la pregunta: "¿llegás?". Todos la hacen para saber si el compañero es capaz de tener relaciones con la señorita que aparezca en escena.

Trabajar con hombres es ponerte botas y que te digan: "¿Juega Bottinelli hoy?" o "Bottaro era el presidente de Independiente, ¿no?".

Otra muestra de la masculinización de las frases. La otra vez un amigo me contó que gustaba de una chica, y yo lo insté a que avance con la muchacha: "Tirale un tiro", manifesté. Una vez yo estaba frente a un sandwich de jamón y queso y una compañera me dijo: "Entrale al jamón y queso como loca".

Experiencias
Después de estar rodeada de hombres en un canal de TV pasé a trabajar a Infobae, la página de internet. Allí, había muchas mujeres, algo que me puso muy contenta. Yo no lo podía creer: al fin hablaba de chicos, de citas, de problemas de pareja, de ropa, de recetas de cocina... Me duró cuatro meses: no bien me llamaron del diario Perfil, renuncié y me vine para acá. Soy la única señorita entre nueve muchachos.

En estos casi seis años de trabajo escuché cosas increíbles, del tipo: "¡Qué bien garché anoche!" (así, con signos de admiración). Y ayer me acordé de una anécdota personal. En 2003 fui a cubrir un partido entre Colegiales y Cañuelas. Ganó Colegiales y con ese resultado, si mal no recuerdo, accedió a un reducido o algo así. Yo terminé mi cobertura haciéndole una nota a la figura de la cancha: fue en el vestuario y el hombre en cuestión estaba completamente desnudo. Después, ya en el diario, me dieron 15 líneas. No salió una sola frase de esa nota. Mi papá, por supuesto, todavía no lo sabe.
Editado: el futbolista era Pablo Cameroni.